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'Resabio” de guerra fría

El Tratado Interamericano de Asistencia Reciproca (TIAR) guarda una relación inversamente proporcional entre los vastos límites geográficos de los países signatarios, y su eficacia real de aplicación y resultados, desde su creación en 1947, casi lo mismo que la OEA, apenas hoy en relativa alza, por algunas decisiones tomadas en el asunto venezolano.

Mientras el primero encierra un significativo componente militar, la otra ha pretendido ser por excelencia, un foro multilateral, de integración, y de toma de decisiones en el ámbito regional. El TIAR ha desbordado, desde su nacimiento con el Tratado de Río en 1947, por lo que se ha visto hasta ahora, la inoperancia e ineficacia de otros órganos de similar factura. Estuvo a punto de aplicarse cuando la guerra de Las Malvinas --por aquellas calendas ejercíamos funciones diplomáticas en un país vecino al teatro de la confrontación--, pero esos intentos abortaron cuando Estados Unidos --signatario también desde su fundación-- resolvió apoyar a Gran Bretaña, al estimarse que era Argentina la agresora, cuando en realidad honraba su compromiso en la OTAN, de mayores réditos políticos. Ese fue el momento, estimamos, en que la triste suerte del Tratado quedó sellada: morir en los anaqueles de la literatura internacional de pactos y convenios, y de cuantos acuerdos se han suscrito hasta ahora inútilmente, impuestos por intereses coyunturales de las potencias del mundo. Quedó claro entonces que el TIAR se creó entonces, en realidad, para garantizar a EE UU su hegemonía en el hemisferio, cuando Rusia le respiraba en la nuca durante la guerra fría.

Sin embargo, se ha invocado su aplicación varias veces, particularmente durante la crisis de 1962, provocada por el descubrimiento por EE UU de misiles nucleares soviéticos de alcance medio en territorio cubano, y la guerra entre Honduras y El Salvador en 1969. No existen, por lo demás, antecedentes registrados sobre la aplicación o uso formales del instrumento en un evento emblemático como el ataque a las Torres Gemelas, en el que solo bastaron las extremas medidas de toda índole que, con alcance universal, tomaron los norteamericanos frente al cruento ataque insospechado del que fueron víctimas. Venezuela, con Chávez, propuso abolir el Tratado, al igual que Fox en México en 2001, “para avanzar en contactos para evaluar la configuración de un renovado tratado de seguridad hemisférica”. No existe duda que cambios internos e imperativos de política exterior, y nuevas exigencias de la geopolítica continental, ameritan una profunda revisión de arquitectura del TIAR, para acomodarlo a las nuevas amenazas de seguridad, como el terrorismo internacional y el crimen transnacional organizado. Siempre estimamos, además de lo anterior, que el espíritu del mecanismo regional, debió de considerar no solo las agresiones entre Estados, sino también las de aquellos agentes no estatales, internos o externos, lo que eventualmente habría flexibilizado su aplicación a casos recientes acaecidos en nuestro entorno más inmediato.