Poco a poco, tras largos años de visitas vespertinas y de fin de semana, recibí de mis abuelas un legado invaluable que hasta hoy conservo con orgullo. A su amoroso y a veces riguroso recuerdo, se agregan un par de planchas de hierro, una máquina de escribir Remington, medallitas y postalitas con santos milagrosos -alguno de ellos expulsado del santoral por apócrifo-, además de lecciones útiles para la vida que van desde el saber tortear y bordar, hasta el llenar crucigramas y jugar al solitario con una baraja.
Pero de toda la “herencia”, la más querida fue un nutrido refranero que cada una había recibido por tradición oral, seguramente de sus madres y ancestros femeninos. Siempre usaban los refranes con precisión, según fuera la ocasión, incorporándolos en un comentario, bien fuera censurando, brindando un consejo o, sencillamente, para dejar claro su punto de vista
sobre un tema.
Ninguna de ellas vivió lo suficiente para ver el nuevo siglo, pero atestiguaron episodios inolvidables del anterior, plagado de guerras civiles, inundaciones, epidemias y accidentados hitos históricos, inefables y tristes en su gran mayoría. “Al mal tiempo, buena cara” aprendieron a decir, pues “no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”. Estoicas a razón de púlpito y vieja misa en latín, sabían de mea culpas, que de nada servían si no había contrición y propósito de enmienda, por lo que no se cansaban de recordarle a sus propios hijos e hijas, que “barato es pecar y caro el enmendar”.
Y cuando corregían -que lo hacían con “amor y rigor”- hacían valer con los retoños más tozudos aquel que reza “el vivo a señas, el tonto a palos”.
Eran tantos los que tenían en su repertorio, que no queda sino lamentarse de no haberlos escuchado y recopilado todos. Aun así, hoy, sus refranes emergen naturales y de forma espontánea en nuestros labios cuando nos reunimos en familia y se presenta una buena oportunidad de emplearlos.
Disfruto, socarrón, pensando en lo que dirían las abuelas María Luisa y Valentina si vivieran hoy y pudieran opinar sobre los acontecimientos políticos y sociales de la actualidad, sobre los cuales nos informan los medios de comunicación. Dirían, por ejemplo (a propósito de los juicios en la “Gran Manzana”) que “quién con lobos anda, a aullar aprende” o un contundente “dime con quién andas y te diré quién eres”. Criticarían a todos aquellos que arteros “hacen leña del árbol caído”, haciéndoles ver que a “un buen caballero no le falta lanza”, y que cuando de usar la lengua se trata, “valiente por el diente, cualquiera conoce a más de veinte”. Sabias como pocas, le recordarían a más de uno que cuando se ve las barbas de un vecino cortar, hay que poner las propias a remojar y que, nunca se debe olvidar que “el mal de muchos es consuelo de tontos”.