Columnistas

Próceres

Crecí entornado por la palabra prócer, excepto que en un contexto educativo, cuando los maestros se referían a los hombres (rara vez mujeres) destacados en la sociedad por su honorabilidad pero mayormente por su pureza y dedicación a edificar una patria. Valle, Morazán, Herrera eran los modelos habituales en cada grado o curso colegial, como para lejanas latitudes hermanas de Latinoamérica lo eran Bolívar, Martí o el virtuoso Morelos.

Nunca se citó a la heroica y bella taína Nacaona, asesinada por los conquistadores en lo que es hoy Dominicana; a Micaela, compañera estratega de Túpac Amaru II; Manuelita Sáenz, que no sólo inflamó el corazón de Simón Bolívar sino sus apetencias libertarias. Y, obvio, merecido pedestal, a María Josefa Úrsula Francisca de la Santísima Trinidad Lastiri de Morazán, quien prefirió la pobreza de sus últimos días antes que abandonar en sus luchas y sacrificios al mayor prócer centroamericano.

Neruda gestó palabras hermosas sobre ellas: Mujer / título de oro y nombre de la tierra / flor palpitante de la primavera / y levadura santa de la vida, / ha llegado la hora de la aurora / la hora de los pétalos del pan / la hora de la lucha organizada / la hora de todas las mujeres juntas / defendiendo la paz, el pan, / la tierra, / el hijo...”. Y Emil Ludwig no menos inspirado: “Mujeres próceres: quienes se incorporaron dentro de la lucha de los ejércitos.

A semejanza de una bandada de colibríes dentro de una bandada de cóndores”.Según aceptadas definiciones los próceres son, por ende, “personajes admirados por sus virtudes: entereza, valor, generosidad y entrega; poseen relevancia pública y pasan a la historia para integrar el bagaje cultural de su pueblo”. Pero en lo usual están muertos, como si para ingresar a la gloria cívica sea requisito perder la vida...

Pero he conocido próceres vivos. Cierto día observé a un humilde obrero, cobrador de empresas, salir de su casa en motocicleta llevando delante y atrás a sus niños de escuela, ella y él pulcramente peinados y vestiditos gracias a la dedicación de la mamá prócer que quizás se había levantado a las cinco de la mañana y así tenerlos aptos para la escuela. Lo vi retornar a mediodía en similar condición de padre transportista y supe que era un incógnito prócer vivo.

Desde entonces afiné la mirada espiritual y descubrí, y dije en público, que Mauricio Torres Molinero era prócer ambientalista, como Juval Valerio en la cultura musical hondureña y Evaristo López en el plano editorial, campo en que pocos saben financió de su peculio y por muchos años unas 200 publicaciones cívicas y políticas en Imprenta López. Querida prócer (¿prócera?, para complacer los feminismos lingüistas) fue Leticia de Oyuela, como sigue siendo Helen Umaña, quien concluyó el inventario de todo lo escrito en la literatura hondureña hasta el año 2015 -cuento, novela, poesía, teatro, otros géneros- sin lo cual ningún estudio bibliográfico está completo.

¿Y qué no decir de la vigorosa y creativa presencia lírica que fue Óscar Acosta, tan alto en cuerpo como en espíritu, capaz de neutralizar con su nobleza el agrio rencor de vates envidiosos que habían sido sus amigos y por los que nunca vertió una palabra de insulto?

Seres insignes nos rodean. Aprendamos a reconocerlos.