Columnistas

Política tradicional y no tradicional

La combinación de los sustantivos “política” o “político” con el adjetivo “tradicional” es usada básicamente por dos conjuntos de personas: políticos que pretenden no ser tradicionales y personas de los medios de comunicación. Lo anterior no descarta que la use cualquier ciudadano que tenga interés en la política. Y claro, el valor semántico que genera esta combinación es negativo, incluso en algunos casos he notado cierto valor despectivo, pero habría que analizarlo con un poco más de detenimiento.

El valor semántico que se produce de la combinación refiere a un político o a una clase política que tiene actuaciones que, desde diferentes puntos de vista, se pueden considerar incorrectas o por lo menos no deseables.

Pero hay más sutilezas: la palabra “tradicional” según la segunda acepción del Diccionario de la Lengua Española se define como algo que se transmite por medio de la tradición. La definición más interesante aparece en la tercera acepción, según esa la tradición es aquello “que sigue las ideas, normas o costumbres del pasado”.

Creo que a la primera conclusión que podemos llegar es que los males de la clase política que hoy nos aquejan no son nuevos, hay cierta tradición en ello. Y como tradición que es, está en proceso de herencia. También se podría concluir que así es la política hondureña, sin más.

La existencia de estos políticos y de esta política tradicional conlleva la existencia de la contraparte: los políticos no tradicionales. De vez en cuando surge una persona que no pertenece al canon político de un país o una ciudad y se introduce en este quehacer. Normalmente estas son figuras esperanzadoras porque se entiende que no pertenecen a la tradición, que son distintos.

Sin embargo, la historia ha demostrado que este es un experimento que no siempre sale bien, de hecho, creería que lo más común es que salga muy mal; en ocasiones la tradición es tan fuerte que no hay manera de no someterse a ella. Algunos usan un término que es “ganar habilidad política”. Y se puede especular y conjeturar sobre las razones: hay defectos ya sistematizados, el ambiente consume, no había autenticidad en ese tal “no tradicionalismo”, y me valdré de una expresión popular para enlistar la última, “no es lo mismo verla venir que platicar con ella”, como se dice por allí.

Tal vez lo más aleccionador que nos deja es que, si siempre se anda buscando una alternativa, la percepción general es que la democracia no está siendo efectiva en su cometido de ser la herramienta para lograr el buen destino de las naciones y, sobre todo, la dignificación del ser humano a través de unos derechos y unas garantías fundamentales.

La pregunta es si tenemos verdaderamente una alternativa a esa política tradicional. Creo que idealmente sí, sin embargo, el análisis de los contextos y de unas conductas típicas que he identificado en Honduras me lleva a pensar que es una realidad con la que tenemos que lidiar. Me atrevería a decir que incluso hay cierto gusto por la política y los políticos tradicionales de parte de algunas personas.

Posiblemente tampoco haya una manera efectiva de identificar cuándo alguien es auténticamente un político o una política no tradicional. En ese sentido la democracia se parece un poco a la lotería. Eso sí, siempre que podamos, seamos agentes de cambio de estas situaciones de las que hoy, brevemente, les he hablado