Los rumores de la celebración, el ajetreo de la ceremonia, los días de felicitaciones quedan atrás, y comienza hoy la verdadera historia del nuevo gobierno, que tiene el desafío de superar las enormes expectativas que generó entre una población desencantada, en una sociedad rota.
Vinieron a la asunción presidencial de Xiomara Castro presidentes y jefes de Estado, de organismos multilaterales, cancilleres; en fin, reconocidos personajes que acuerpan y anidan -como la mayoría de hondureños- la esperanza de una nueva época para Honduras, confiados en que la probidad y la prosperidad ganen espacio.
Aunque estos dos meses posteriores a las elecciones los triunfadores se la han pasado bien, ufanos, y asimilando poder y privilegios, ahora se les vienen encima reclamos, demandas, quejas; si no las saben resolver, pronto estarán enfrentando protestas, señalamientos, acusaciones.
Quizás sea peor para este gobierno que para los anteriores, porque -lo dicho- muy pocos han creado en el ánimo de la gente la posibilidad de cambiar muchas cosas, que para todos están mal. Es probable que la mayoría no sepa de qué va eso de “refundación”, pero les suena a cambio, a transformación, y persiste la percepción de que cualquier variación será mejor que lo que hay.
Lo primero que encontrarán este día viernes, con la resaca del fiestón de ayer, es la exigencia del personal sanitario: médicos, enfermeras, auxiliares, sin nombramientos, faltos de salarios; además el acecho omnipresente de la variante ómicron, que eleva las estadísticas y ocupa las camas hospitalarias, las salas de UCI.
El lunes tendrán que empezar a lidiar con la estratosférica deuda pública, conseguir nuevas formas de pago, y buscar recursos para cubrir el gordo presupuesto aprobado para este año; sin cargar con más impuestos las endebles economías empresariales ni los bolsillos vaciados del ciudadano.
Para el martes deberán acordarse del regreso a clases de casi tres millones de hondureñitos, que la pandemia recluyó desde hace dos años; algunos “afortunados” tienen un dispositivo para seguir a los maestros; muchos más quedaron excluidos. Sus abandonadas escuelas están en ruinas.
Así, irán pasando los días; mientras los nuevos funcionarios se acostumbran a sus rutinas, oficinas, escoltas, carros, la criminalidad ambiciosa y rampante seguirá como si tal, por temerosas calles, barrios insufribles, resignados comercios.
Ya no servirá de mucho la presencia abrumadora y presumida en redes sociales de los ahora funcionarios; menos las arengas impetuosas y pendencieras a multitudes. Los derechos ciudadanos que reclamaban, ahora deben cumplirlos. Dejaron de ser oposición. Siempre es más fácil tirar piedras que esquivarlas.
El nuevo gobierno promete atacar todos estos problemas; además, combatir la corrupción y el crimen organizado; todo con rostro humano, solidario, justo. De ahí las grandes esperanzas. Ojalá.
Vinieron a la asunción presidencial de Xiomara Castro presidentes y jefes de Estado, de organismos multilaterales, cancilleres; en fin, reconocidos personajes que acuerpan y anidan -como la mayoría de hondureños- la esperanza de una nueva época para Honduras, confiados en que la probidad y la prosperidad ganen espacio.
Aunque estos dos meses posteriores a las elecciones los triunfadores se la han pasado bien, ufanos, y asimilando poder y privilegios, ahora se les vienen encima reclamos, demandas, quejas; si no las saben resolver, pronto estarán enfrentando protestas, señalamientos, acusaciones.
Quizás sea peor para este gobierno que para los anteriores, porque -lo dicho- muy pocos han creado en el ánimo de la gente la posibilidad de cambiar muchas cosas, que para todos están mal. Es probable que la mayoría no sepa de qué va eso de “refundación”, pero les suena a cambio, a transformación, y persiste la percepción de que cualquier variación será mejor que lo que hay.
Lo primero que encontrarán este día viernes, con la resaca del fiestón de ayer, es la exigencia del personal sanitario: médicos, enfermeras, auxiliares, sin nombramientos, faltos de salarios; además el acecho omnipresente de la variante ómicron, que eleva las estadísticas y ocupa las camas hospitalarias, las salas de UCI.
El lunes tendrán que empezar a lidiar con la estratosférica deuda pública, conseguir nuevas formas de pago, y buscar recursos para cubrir el gordo presupuesto aprobado para este año; sin cargar con más impuestos las endebles economías empresariales ni los bolsillos vaciados del ciudadano.
Para el martes deberán acordarse del regreso a clases de casi tres millones de hondureñitos, que la pandemia recluyó desde hace dos años; algunos “afortunados” tienen un dispositivo para seguir a los maestros; muchos más quedaron excluidos. Sus abandonadas escuelas están en ruinas.
Así, irán pasando los días; mientras los nuevos funcionarios se acostumbran a sus rutinas, oficinas, escoltas, carros, la criminalidad ambiciosa y rampante seguirá como si tal, por temerosas calles, barrios insufribles, resignados comercios.
Ya no servirá de mucho la presencia abrumadora y presumida en redes sociales de los ahora funcionarios; menos las arengas impetuosas y pendencieras a multitudes. Los derechos ciudadanos que reclamaban, ahora deben cumplirlos. Dejaron de ser oposición. Siempre es más fácil tirar piedras que esquivarlas.
El nuevo gobierno promete atacar todos estos problemas; además, combatir la corrupción y el crimen organizado; todo con rostro humano, solidario, justo. De ahí las grandes esperanzas. Ojalá.