Columnistas

Nuestros civilizadores

Difícil descontinuar lo tratado en esta columna durante la semana anterior y que es nuestra sorpresa por la petulancia de algunos europeos cuando vienen a nuestras patrias para impartir lecciones de civilización y paz. Dada nuestra afición extranjerista (amar lo externo) bajamos la cabeza, nos avergonzamos y decimos sí, ello debido a que ignoramos las bestialidades que los imperios del Viejo Continente cometieron desde la Edad Media al presente, con crímenes horrendos y odio a etnias ajenas.

Tras la Conferencia de Berlín (1885) el imperio alemán adquirió la hoy Namibia, más Togo, Camerún y África Oriental (Tanzania, Ruanda, Burundi) sin consentimiento de sus habitantes. Aunque Reino Unido abolió la esclavitud en 1870, no la quitó de Gambia sino hasta 1906, para seguir comerciando esclavos (tres millones arrancados de la zona río Gambia). Hoy la prostitución masculina con turistas europeas mayores se ha fortalecido allí, como en Senegal.

En 1885 Portugal cedió a Leopoldo II de Bélgica - dueño de un enorme jardín tropical llamado Estado Libre del Congo y “genocida y esclavista hasta su muerte en 1908”, aseguran fuentes en Deep Internet- una salida al mar a cambio de territorios en Angola. La riqueza petrolera de esa área es tanta que en 2015 a Luanda, su capital, los inversionistas la declararon como la urbe más cara del planeta.

atanga, en la República Democrática del Congo (selva tropical) posee cobalto, cobre, estaño, radio, uranio, diamantes y coltán. Siguiendo el instinto para alargar su jardín tropical, Leopoldo II intercambió territorios con la corona inglesa en Congo, Sudán y Uganda a cambio de partes en Katanga. Jamás consultó a los pueblos locales. Leopoldo (1865-1909), que aseguraba llevar la civilización cristiana al África, fue autor de las peores atrocidades colonialistas.

Cuál civilización... Acumulaba marfil para estatuillas, pianos, joyería e implantes dentales, narra Conrad en su brillante novela “El corazón de las tinieblas”. Pero en 1890 el marfil fue desplazado por el caucho, útil para ruedas de bicicletas y autos, cables y cintas de transporte que automatizaran el trabajo en fábricas.

“Leopoldo hizo del Congo en campo de caucho y logró una fortuna recolectándolo, generando también la muerte de 10 millones de inocentes”, declara Dummet. La cifra supera a las víctimas de judíos muertos por la Alemania nazi. Utilizó métodos brutales para obligar a la población nativa a colectar caucho: entraban sus agentes a la aldea, tomaban a mujeres y niñas como rehenes sexuales y mandaban a los hombres a la selva para colectar una cuota determinada de caucho, y si no la completaban les amputaban una, dos manos o las de sus hijos... “Heroico” líder de la civilización europea este Leopoldo que, al referirse a aquella práctica comentó: “Cortar las manos es idiota. Yo les cortaría todo lo demás pero no las manos. Es lo único que ocupo allí...”.

Fue tanto el escándalo mundial por dichas bestialidades europeas que el monarca decidió en 1908 transferir su “finca” africana al reino de Bélgica, con lo cual el Estado Libre del Congo se convirtió en Congo Belga. Ninguno de esos voraces imperios pidió perdón, ni compensó sus brutalidades. Son duchos consejeros, en cambio.