inco mujeres con hijos mayores de edad, independientes, sin marido a la vista, cuarentonas y servidoras públicas en una oficina de Hacienda, siempre dispuestas a divertirse, especialmente, los viernes de cada semana.
Cada una sabe la historia de las demás compañeras, porque ellas mismas intercambian datos de sus vidas, desde que eran agraciadas mozas: estudios, primer novio, o primer amor verdadero, etcéteras.
Había mucho trabajo en la oficina, pero las pláticas permanentes entre ellas, sobre temas baladíes, siempre retrasaban los trámites de las personas que piden información sobre requisitos para creación de empresas y otros trámites burocráticos.
Su nivel académico era diverso -de la clase media-media y baja- y, todas nombradas y enviadas a esa oficina por recomendación política de su partido.
Eran divertidas a más no poder. Se emborrachaban y las cinco siempre andaban juntas, sea en un bar, restaurante o sitios de baile de ese tiempo: discretas discotecas, centros de baile de los barrios más populosos de la ciudad, donde se vendían pupusas, baleadas, tragos y se improvisaban pequeñas pistas de baile.
Siempre les intrigó el famoso trago denominado “calambre”, que hizo famoso Tito Aguacate en su bar del centro de la ciudad, al cual, en esos años, era prohibido el ingreso de mujeres. El trago era para “desengomarse”. Uno o dos, como máximo, lograba su finalidad.
En esa ocasión, Amparo, Mercedes, Ángela, Miriam y Bety lograron que un compañero de trabajo les hiciera compañía a fin de saborear ese trago tan afamado. Era hora del mediodía. Hora de salir de la oficina para almorzar en cualquier cafetería o restaurante del centro de la capital.
Después de persuadir a su amigo, llamado Ronmel, este, junto a las cinco mujeres, obtuvo el pase con Tito. Bebieron uno, dos y tres tragos, mientras se escuchaba música ambiental. Ronmel les indicó que el trago era un desengomante siendo suficiente lo ingerido por cada una. Las mujeres afirmaron que estaban acostumbradas hasta a beber guaro, pidiendo dos rondas más.
A la hora de la salida de la oficina -tres y media-, ninguna pudo levantarse de sus asientos, afirmando que les temblaban las piernas, no sentían que los pies obedecían para salir de allí, la lengua les pesaba mucho y no podían hablar normalmente, los ojos sentían que se les salía de sus cuencas y un calor sofocante les desgarraba el estómago, mientras, todas mantenían una risa destemplada, al tiempo que les solicitaban a Ronmel irles a traer sus carteras de la oficina -en un tercer piso- pues allí guardaban las llaves de la casa.