Llegamos temprano al Departamento de Estado, en Washington, donde nos esperaba un alto funcionario para una conferencia sobre las drogas. Éramos un grupo de periodistas latinoamericanos que realizábamos una gira por varias ciudades de la Unión, incluida la capital federal, para una serie de charlas y visitas a distintos medios de comunicación.
El tema, esa mañana, era el trasiego de drogas desde Colombia –Venezuela todavía no tenía membresía en el club- y desde Centroamérica hacia Estados Unidos. Fue en 1990. Todavía Pablo Escobar era el “señor de los cielos”, el “capo”, el “cartel de los sapos”. En diciembre de 1993 cayó abatido bajo las balas del Bloque de Búsqueda.
El conferencista comenzó su disertación, muy envalentonado, como presumiendo de que nadie más autorizado que él para dar cátedra del asunto. Luego vinieron las preguntas y respuestas y, allí fue, como decimos en estos arrabales, donde la mula botó a Genaro.
Por qué, preguntamos, Estados Unidos, como potencia mundial y principal consumidor, no promueve la legalización de las drogas y, así, muerto el perro, se acabó la rabia.
Para qué preguntamos eso. El conferencista, un espigado moreno, se descuadró. Vaciló en responder y luego dio un sermón sobre el “atrevimiento”, “abuso” y “temeridad” de preguntar semejante estupidez.
Me acordé de ese episodio en Washington luego de conocer la propuesta de un diputado del Pac para legalizar el consumo de marihuana para fines estrictamente terapéuticos.
No pocos creen que Otto Pérez cayó en desgracia con los “gringos” por haberse “atrevido” a proponer legalizar las drogas.
¿Acaso será cierto que Estados Unidos no lo permite porque sus bancos son los principales lavadores del dinero sucio que proviene de la droga y que, además, la CIA y otras agencias de seguridad financian operaciones encubiertas, como el Irán-Contras, con ese negocio?
Sea que sí o sea que no, se supone que estos países son independientes, y deberían de ser libres de tomar sus propias decisiones para acabar con este flagelo que, para ellos, no significa un problema de salud, sino de muerte, luto y dolor.
*Periodista