Columnistas

Mi vieja Remington

De vez en cuando tomo una hoja de papel y la introduzco en mi vieja máquina de escribir Remington 30. Giro el rodillo y alineo la página, le doy un par de toques a la barra espaciadora y pulso las teclas. El sonido de los tipos bailando sobre la cinta asemeja los pasos de un rítmico bailarín de tap sobre un brillante piso claroscuro…

Nunca utilicé la pesada Remington para escribir un texto completo, aunque sí lo hice en una Olympia (“made in Germany”) que me sirvió para elaborar casi todas las tareas del colegio y universidad. Contar en casa con esa maravilla mecánica era un privilegio, que la mayoría de mis condiscípulos no tenía, y que hacía la diferencia al final de cada parcial.

La irrupción avasalladora de la tecnología informática ha enviado a ambas (y a sus pares) a las bodegas polvorientas de los hogares, a las tiendas de anticuarios y a páginas de subastas o compraventa en línea, como tesoro familiar o pieza de colección, cuyo valor se tasa con criterio sentimental e histórico. En el presente utilizamos computadoras, tabletas y smartphones para redactar más que una carta a la familia o cumplir con los deberes académicos. Gracias a ellas y a la internet, “hablamos” con amigos, se hacen transacciones comerciales, nos educamos online, vemos las películas y series de televisión que añoramos, se juega a lo que sea o se conversa con un desconocido en las antípodas, se localiza música que creíamos perdida y hasta hay quienes se enamoran virtualmente. La lista de posibilidades es interminable, siempre que se tenga acceso a un dispositivo y conexión a la web.

El acceso a la internet continúa siendo muy dispar en la región: según datos de Digital 2021/We Are Social & Hootsuite (https://wearesocial.com/digital-2021), en febrero de 2021 solo 38.2% de la población hondureña tenía conectividad (comparar con el 81.2% de usuarios en Costa Rica, 65% en Guatemala, 64.8% en Panamá y 50.5% de El Salvador). Nuestra brecha informática es grande con relación a vecinos y abismal si nos comparamos con Islandia, Kuwait, Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Bermuda y Dinamarca, todos en los primeros lugares en penetración de internet (cercanos al 100%).

Hoy, como en el pasado, las posibilidades de desarrollo y éxito de una nación se ven limitadas si su población no puede hacer uso de la tecnología moderna. Nuestros ancestros lo supieron al enfrentar las armas de fuego del colonizador y cuando carecieron de ferrocarril, electricidad y telecomunicaciones para favorecer su inserción en un mundo en rápido crecimiento. Algo muy parecido ocurre ahora con la falta de acceso a las herramientas informáticas y mucho más si se suman aislantes epidemias apocalípticas.

¡Quién lo diría! Mi vieja y polvosa máquina Remington —la que reposa en un rincón— me recuerda que no siempre existieron los dispositivos digitales de hoy y que, como en aquel entonces, contar con una herramienta de ese tipo era un privilegio. Una que hace la diferencia entre acceder o no al desarrollo como personas y como país. Todo y nada.