Fui bautizado católico a los cuatro años. Mis padres quisieron hacerlo simultáneamente con mi hermano menor en la iglesia Los Dolores. Como único recuerdo tengo la fotografía frente a la iglesia junto a mi hermano, padres y padrinos. La siguiente escena de mi relación con la fe viene cuatro años después. En tercer grado acudí a catequesis para preparar la primera comunión en mi barrio natal El Bosque.
Unas piadosas catequistas nos ayudaban a dar razón y sentido a nuestra fe haciéndonos repasar oraciones y pasajes bíblicos. Tengo guardado en la memoria el domingo soleado en la iglesia Nuestra Señora de Lourdes cuando tuve la inmensa alegría de recibir por primera vez a Jesús Sacramentado de manos del P. Pereira. No olvido la recomendación de mi abuela Ernestina de rezar un padrenuestro después de recibir la comunión y, por supuesto, tengo grabada la celebración familiar con el almuerzo en la casa de mi otra abuela, María Magdalena.
Antes de cumplir los quince años recibí las clases de preparación para la confirmación en la Catedral de Tegucigalpa. Además de las sabias recomendaciones de un sacerdote mayor, recuerdo la tradicional “cachetadita” prevista en la liturgia de mano de monseñor Héctor Enrique Santos durante la ceremonia. Ya en el segundo año de universidad tuve la suerte de participar del ambiente de formación en la Residencia Universitaria Guaymura en colonia La Reforma de Tegucigalpa. Me atrajo el ambiente serio de estudio y al mismo tiempo la alegría y la relación con otros universitarios que asistíamos a formación doctrinal católica. Los sábados dábamos clases de catequesis a niños de la colonia San Miguel en un primer momento y luego de la colonia Estados Unidos, al lado de colonia El Sitio. En ese mismo lugar, nos enteramos de una anciana que tenía su casa a punto de caerse al lado de un barranco y tomamos la iniciativa de construirle una casa nueva. No éramos carpinteros expertos, pero entre todos, sábado a sábado, fue avanzando el proyecto hasta concluirlo. Me parece que mi historia no es especial. Seguro que muchos podrían contar también historias similares de su infancia y juventud. Tantas experiencias positivas y agradables que muestran cómo Dios forjó poco a poco, sirviéndose de muchas personas, la alegría de la fe que nos alegramos de profesar hoy en día. Al menos en mi caso puedo mencionar que solamente he recibido invitaciones a ser más generoso, más abnegado en el servicio de los demás, a ser buen profesional, respetuoso de las leyes y dentro de mis posibilidades, piadoso y testigo del amor que Dios nos tiene a todos. Ante diversas noticias que han circulado en estos días en relación con nuestra Iglesia Católica me pareció que sería desagradecido de mi parte no dejar constancia de todas las cosas buenas que he tenido la fortuna de recibir en estos años. Es verdad que existen dificultades, las que ponemos tristemente los cristianos con nuestra falta de fe y de lucha, pero es de justicia también hacer balance y no dejar de mencionar la vida de servicio y entrega de miles de católicos, pastores y fieles, que no hacen ruido y que sostienen con su entrega y ejemplaridad la vida de tantos otros que van por el mundo necesitados de ayuda espiritual y material. Es verdad que en el mar agitado de esta vida también existen dificultades. Jesús las tuvo también. Pero no olvidemos que incluso estas imperfecciones están previstas en los planes de la providencia divina para espolear nuestra generosidad en la oración de unos por otros. Para poner nuestra seguridad exclusivamente en Dios y estar más cerca de los instrumentos previstos por Él para fortalecer la comunión.