La regla del semáforo es simple: si usted conduce y la luz está en rojo, hay que parar, es un comando sencillo que se introduce desde la infancia sin mayores obstáculos y aparece incluso en juegos y dinámicas de grupo. De esa simplicidad se deduce que si alguien se pasa un semáforo en rojo es por simple desobediencia.Entonces, el primer síntoma social que se me ocurre es que hay ciudadanos y ciudadanas que no les importa romper las reglas. Y lo más seguro es que esa interpretación es correcta, pero para mí hay una razón ulterior que descifra problemas mucho más profundos de nuestra sociedad.
La clave está en la prisa. Y peor aún, en la prisa solo porque sí. Porque yo siempre me pregunto ¿qué hacen con los segundos que ganaron no esperando la luz verde? Supongo que los infractores habrán sido capaces de resolver problemas esenciales en la vida con ese tiempo o, si nos ponemos mercantilistas, habrán hecho mucho dinero. También se me ocurre que encuentran en esos segundos algún secreto para la felicidad.
De aquí surge también la pregunta ¿por qué y para qué tenemos prisa? Tenemos prisa tal vez porque el mundo nos ha obsesionado con la idea de ser exitosos y productivos. También hemos perdido la capacidad de esperar. El mundo nos ha enseñado que las cosas deben suceder ya, antes esperábamos ver nuestra serie favorita una vez a la semana, ahora nos atragantamos los ocho, doce o dieciséis episodios en una sola sentada, hasta nombre le hemos puesto: maratón. Y nos sentimos orgullosos de ello.
A propósito de episodios, queremos tiempo para ver las últimas series y las clásicas también, pero es que además queremos ser los mejores en el trabajo, porque efectivamente, si no somos los mejores en la competencia laboral o en la vida académica, sentimos que no valemos tanto. Por eso tenemos prisa, porque no estamos viviendo una cosa a la vez. En otras palabras, no tenemos tiempo ya para nada porque lo queremos hacer todo.
Hay un factor que puede ser clave en esta lectura de por qué algunas personas se pasan el semáforo en rojo: el tráfico. Alguien dirá que la prisa es porque hay que salir dos horas antes de la casa para llegar a tiempo al trabajo y el semáforo se suma a la serie de obstáculos a superar; y creo que sí, ese hecho puede aumentar la prisa, lo que no justifica, por supuesto, una mala conducta.
Pero de todas maneras, pienso que esa persona que se pasó el semáforo en rojo no está actuando según la razón ni la lógica (insisto, son apenas unos segundos), sino según las percepciones y emociones (que en un momento de desesperación no son las más serenas).
El tráfico es para mí, en cualquier ciudad, uno de los pequeños, pero más contundentes fracasos que como humanidad nos podemos acreditar. Ya conocemos la lógica: si cada persona prefiere usar su vehículo como medio para transportarse es porque considera que es el más seguro y eficiente; es porque no hay un sistema público que cumpla con lo que espera una persona. En consecuencia tenemos una saturación de carros en las calles: otro terrible síntoma.Así que la próxima vez que vea a un auto pasarse el semáforo en rojo piense que es un síntoma de algo mucho más grande, estamos viendo en ese momento a una sociedad consumida por la prisa que naufraga entre ideas que presionan a las personas para ser la mejor y conseguirlo todo y síntomas de fracaso como el tráfico.