“Los reyes desnudos. Ensayo sobre el poder, la corrupción, la democracia y la economía” es el título del libro que escribí en 2021, durante la ausencia de esta columna. Será publicado a principios del segundo trimestre de este año.
En esos cuatro temas está la esencia de la conducta social y política del ser humano. Puesto que los vivimos a diario, deberían ser de fácil comprensión. Sin embargo, el poder es escurridizo, la corrupción es clandestina, la democracia es etérea y la economía es confusa. Quizá se deba a que los cuatro, dirigidos por el poder, son interactivos y de influencia mutua. Los esfuerzos para comprenderlos por separado producen percepciones parciales e interpretaciones infinitas. El libro intenta una visión de conjunto, con el propósito expreso de invitar al debate.
El primer problema está en la percepción común de que la corrupción es el robo de los ingresos y bienes del Estado. El libro considera a la corrupción como una variable oculta de las ecuaciones de la macroeconomía, que infecta tanto a la economía gubernamental como a la empresarial. La corrupción es mucho más, y mucho peor, que robar al Estado.
En su célebre sentencia, Lord Acton establece que “el poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Tal condición originaria enlaza al poder y a la economía con la corrupción.
Estas interacciones son parte de la condición humana.
Las autoridades científicas consultadas sostienen que el poder y la corrupción tienen raíces antropológicas en la especie, que influyen la psicología y la neurobiología del individuo, en distintas formas e intensidades. Esto crea una patología psicológica y neurobiológica tan adictiva como la cocaína. La combinación de poder con corrupción puede inducir cerebros, culturas y sociedades corruptos.
En esa trama quedan enredadas las formas de gobierno, que son expresiones del poder político. La democracia es una de ellas, la menos concreta y la más anhelada. Los antiguos griegos, que inventaron la filosofía política y el sistema electoral democrático, advirtieron, sin embargo, que la democracia es imposible sin igualdad de las personas ante la ley, vale decir, ante la riqueza. Platón, que no era demócrata, definió esa condición suspensiva. ¿Existe entonces la democracia, o es, como la definición de arte del pensador peruano Luis Alberto Sánchez, “el diáfano manto de la fantasía que cubre la ruda desnudez de la verdad”?
Durante sus diez mil años de civilización, la humanidad ha luchado sin resultados contra la corrupción y ha buscado sin fortuna una forma de gobierno controlada por la sociedad, para alcanzar libertad y justicia para todos. ¿Es que ya no hay esperanza?
En esos diez mil años, el poder ha utilizado la esperanza como medio de promover la espera: el cambio está en marcha, es cuestión de esperar un poco. Pero hay gente común, sin poder, que, cansada de esperar, busca por su cuenta los medios de vida que pagarán su libertad y su justicia. Son millones que han asumido sus vidas: microempresarios, cooperativistas (12% de la población mundial), académicos, curas y pastores comunitarios, periodistas sin tarifa, intelectuales e individuos rebeldes hasta el fin construyen la esperanza y abandonan la espera. El verdadero poder y la dinámica del cambio están en la gente común.
En la edición de este diario del próximo sábado 15, en Mi Finde, comparto la introducción de “Los reyes desnudos”, que resume sus temas y preocupaciones.
En esos cuatro temas está la esencia de la conducta social y política del ser humano. Puesto que los vivimos a diario, deberían ser de fácil comprensión. Sin embargo, el poder es escurridizo, la corrupción es clandestina, la democracia es etérea y la economía es confusa. Quizá se deba a que los cuatro, dirigidos por el poder, son interactivos y de influencia mutua. Los esfuerzos para comprenderlos por separado producen percepciones parciales e interpretaciones infinitas. El libro intenta una visión de conjunto, con el propósito expreso de invitar al debate.
El primer problema está en la percepción común de que la corrupción es el robo de los ingresos y bienes del Estado. El libro considera a la corrupción como una variable oculta de las ecuaciones de la macroeconomía, que infecta tanto a la economía gubernamental como a la empresarial. La corrupción es mucho más, y mucho peor, que robar al Estado.
En su célebre sentencia, Lord Acton establece que “el poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Tal condición originaria enlaza al poder y a la economía con la corrupción.
Estas interacciones son parte de la condición humana.
Las autoridades científicas consultadas sostienen que el poder y la corrupción tienen raíces antropológicas en la especie, que influyen la psicología y la neurobiología del individuo, en distintas formas e intensidades. Esto crea una patología psicológica y neurobiológica tan adictiva como la cocaína. La combinación de poder con corrupción puede inducir cerebros, culturas y sociedades corruptos.
En esa trama quedan enredadas las formas de gobierno, que son expresiones del poder político. La democracia es una de ellas, la menos concreta y la más anhelada. Los antiguos griegos, que inventaron la filosofía política y el sistema electoral democrático, advirtieron, sin embargo, que la democracia es imposible sin igualdad de las personas ante la ley, vale decir, ante la riqueza. Platón, que no era demócrata, definió esa condición suspensiva. ¿Existe entonces la democracia, o es, como la definición de arte del pensador peruano Luis Alberto Sánchez, “el diáfano manto de la fantasía que cubre la ruda desnudez de la verdad”?
Durante sus diez mil años de civilización, la humanidad ha luchado sin resultados contra la corrupción y ha buscado sin fortuna una forma de gobierno controlada por la sociedad, para alcanzar libertad y justicia para todos. ¿Es que ya no hay esperanza?
En esos diez mil años, el poder ha utilizado la esperanza como medio de promover la espera: el cambio está en marcha, es cuestión de esperar un poco. Pero hay gente común, sin poder, que, cansada de esperar, busca por su cuenta los medios de vida que pagarán su libertad y su justicia. Son millones que han asumido sus vidas: microempresarios, cooperativistas (12% de la población mundial), académicos, curas y pastores comunitarios, periodistas sin tarifa, intelectuales e individuos rebeldes hasta el fin construyen la esperanza y abandonan la espera. El verdadero poder y la dinámica del cambio están en la gente común.
En la edición de este diario del próximo sábado 15, en Mi Finde, comparto la introducción de “Los reyes desnudos”, que resume sus temas y preocupaciones.