Columnistas

Los escándalos con siete llaves en la Fiscalía

Es innegable, el delito existe hasta que se convierte en escándalo. La acusación contra la fiscal sampedrana está en boca de todos, no sólo por los 63 millones de lempiras que habría retirado ilegalmente del Banco Central -donde se guardaba como evidencia-, sino por su inocultable figura que prodigaba en las redes sociales.

El Ministerio Público guarda o guardaba inescrutable los expedientes de la corrupción, como en el siglo XIII la realeza de Portugal encerraba en un cofre con varias cerraduras sus joyas, documentos, dinero, y para asegurarlo distribuía las llaves entre oficiales de alto rango, las famosas siete llaves.

Aquí, durante una década la implacable corrupción saltó de una oficina pública a la otra, y a pesar de la tenacidad del control mediático y la sumisión de los organismos operadores de justicia, algunos casos se escapaban por una fisura, un resquicio y lograban hacer bulla; y tanto ruido se hacía escándalo.

Pero, decía Simone de Beauvoir: “Lo más escandaloso de un escándalo es que uno se acostumbra”, y así fue. Nos acostumbramos a los escándalos sin que pasara nada, y reclamábamos en las calles y abominamos la injusticia y la impunidad; el fiscal general y el adjunto pasaban olímpicamente de nosotros, escondían las siete llaves.

El escándalo de David Chávez, el inexplicable presidente del Partido Nacional, es desde 2016, cuando fue denunciado curiosamente por el propio Consejo Nacional Anticorrupción (CNA) -que algo debía hacer para justificar su existencia- por el manejo inapropiado del dinero del Infop. La acusación no pasó del intento, quedó guardada en el hermético cofre de los fiscales generales.

Estos celebérrimos personajes también engavetaron los casos detonantes que presentó la misión de la OEA contra la corrupción, la Maccih, antes de que fuera aniquilada por los mismos diputados nacionalistas y algunos liberales que ahora denuncian persecución política con imperturbable cinismo.

Los repetidos casos de corrupción tienen nombres y sus ejecutores también apellidos, por eso se matan tratando de poner fiscales generales como los que tenían, y se han envalentonado porque consiguieron el apoyo del PSH, aprovechando la desmesurada ambición de poder de sus dirigentes que se catapultan en la organización BOC.

Además de exfuncionarios y actuales diputados, los expedientes de corrupción se abultan con nombres de supuestos miembros de la sociedad civil, abogados, comerciantes, pastores y una ristra de profesiones y oficios, que recibieron dinerales a través de fraudulentas ONG. Ellos, aterrorizados, también marchan.

Los fiscales interinos sólo han juntado las siete llaves y desempolvado los expedientes que ahora escandalizan y que -a saber por qué- incomodan a la embajadora de Estados Unidos. Desde luego, no todos los mencionados son culpables, y de eso también se trata la justicia.