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Lo privado de lo público

Pensemos en la palabra “privado”, nada más en ella. Por su estructura morfológica diremos que tiene una parte fija que mantiene intacto su significado “priv-” y una parte que cambia para adaptarse a diversas funcionalidades, en este caso “-ado” que no es más que una de las formas del participio. Es decir, que el adjetivo “privado” tienen su origen en este significado del Diccionario de la Lengua Española para la palabra “privar: Despojar a alguien de algo que poseía”. Sí, quiero que se note el verbo con el que inicia la definición. Claro, normalmente no pensamos en ello cuando decimos salud privada, educación privada, telefonía privada o a lo que sea que le coloquemos este adjetivo. Lo relacionamos con un término que es más amigable: “privacidad”, y nos perdemos en esa fantasía, pero lo cierto es que el adjetivo que hoy nos ocupa tienen más que ver con su antecedente verbal que con la forma sustantivada.

Lo privado es solamente de algunos, de aquellos que puedan pagarlo; y probablemente ni de ellos, porque el día que ya no puedan hacerlo pasará a ser de otros. En otras palabras, serán ellos los privados para entonces. ¿Y cuál es el problema, entonces, si existe lo público? El problema surge cuando las brechas de la calidad comienzan a hacerse más grandes. No es casual el pensamiento generalizado de que aquello por lo que se paga es mejor, y es probable que así sea. Nos hemos convertido en una sociedad de “premiums”.

Esa falacia binaria que dice que si es público no es de calidad, es posible que tenga el origen en la misma privatización. Pero atención: aquí es donde nos comenzamos a dar cuenta de que nada es lo que parece. Las personas que usan servicios privados pueden elegir otra empresa con los mismos servicios si no les gusta lo que están recibiendo. Por lo que hay una alta exigencia en la calidad, porque se lucha por cada persona que paga. Eso genera unos estándares en los que las instituciones deben mantenerse.

Por su parte en el sector público normalmente no hay otra alternativa para el usuario de servicios. Esto por culpa de la falsa creencia de que si se puede pagar por lo privado hay que usar lo privado. Se ha convertido en un asunto de clasificación humana, de estatus. El sistema —la confluencia de acontecimientos— priva a la mayoría de los ciudadanos de la calidad.

Otro factor muy importante que entra en juego es la conciencia de los servidores públicos a todos los niveles. Saben ellos que no están perdiendo un cliente si lo que ofrecen no es tan bueno, y esa es una visión mercantilista y utilitarista del ser humano en la que el otro existe solo para justificar mi salario. Y claro, como no son todos, y de paso son los “menos importantes”. Pero lo que debe imperar, más allá de si se paga directamente o no por un servicio, es que el ser humano se sienta digno y pleno.

La privatización no es ningún mal, es un proceso natural, sin embargo, cuando se da en esas condiciones de discriminación y de privación de la calidad e incluso del derecho humano al otro no es sano.

Explicado lo anterior pienso que el problema central no está en lo privado, sino en lo público. No es lo privado lo que priva, irónicamente es lo público lo que lo hace. Recordemos que el centro de la existencia de la humanidad es el bienestar integral de cada individuo y no la plusvalía, o la simple conservación de mi empleo.