Columnistas

Las manchas del Tigre

Este país de felinos y roedores, donde la cacería es diaria para sobrevivir en la jungla de la corrupción y el tráfico de poder y drogas, es una selva de encantadores de serpientes y de funcionarios judiciales, ya que la única ley que conocen es la del monte.

Más allá de este canibalismo, están las luces de Nueva York, donde guarda prisión el felino mayor, y esta semana el Tigre, encerrado y aturdido por su caza, parte a los calabozos de la justicia estadounidense que lo requiere por delitos de narcotráfico.

Para los fiscales de Estados Unidos que no le temen al cuero, el Tigre —un depredador de criminales, pandilleros y secuestradores— es una mascota al servicio del expresidente Hernández en el negocio del tráfico de estupefacientes y uno de los funcionarios que convirtió a Honduras en un narcoestado.

El Tigre fue director de la Policía Nacional entre 2012 y 2013. Antes de eso, fue jefe regional en el occidente del país, una zona donde el reguero de muertos por la droga es común, donde el tráfico es una economía flotante, una actividad comercial que mueve las estructuras financieras a todos los niveles, justo en ese cruce brutal que es el más violento de la droga en todo el continente.

En ese punto, el Tigre creció en los montes oscuros de las fincas de Juan y Tony, según el Departamento de Justicia que le baja las rayas al Tigre ante un tribunal de Manhattan, donde tiene pintada las rayas de varios delitos de narcotráfico.

La acusación, firmada por el fiscal especial George S. Berman, dice que el Tigre fue parte importante de la operación multinacional que dirigían los hermanos Hernández.

El Tigre, con su olfato letal y en su hábitat natural, supervisó el transporte de varias toneladas de cocaína hacia los Estados Unidos; usó armas de grueso calibre para lograrlo y participó en el asesinato de un traficante rival, cuenta la marquesina en los reflectores de Manhattan.

Mientras tanto, en la jungla de la Corte Suprema hondureña, ya se dio el aval al trámite en una audiencia de circo romano, para la presentación y evacuación de medios de prueba contra un Tigre acorralado, por la conspiración para importar cocaína, posesión de ametralladoras y dispositivos destructivos. La CSJ para eso sí funciona veloz, ante su inoperancia de investigar y juzgar, por lo menos hacer la pantomima del teatro del absurdo.

Al Tigre solo le queda el recurso de afinar los acordes de su voz, para ir a la cantada a las cortes norteamericanas y lograr escudarse en sus declaraciones, negociar el tiempo en prisión y jugar al «efecto dominó» para que caigan otros especímenes del feroz mundo de la política, militar y empresarial, protagonistas de la escalada criminal en este país.

Atrás queda el recuerdo infame de una era donde el Tigre era el felino del presidente Juan y Tony, quienes eran los que sacudían las redes con protección política, para no ser cazado nunca. Ahora está listo y servido en las bandejas de justicia de la Corte del Distrito Sur de Nueva York, donde se le considera como el sicario del Clan H.

Pero todo tigre tiene sus debilidades, su piel se vuelve inconsistente y sus colmillos frágiles, ya que se van difuminando sus rayas de ferocidad ante el fiscal de Estados Unidos, por supuesto, que imputa al Tigre de facilitar el paso de los cargamentos de cocaína, incluida la información sobre operativos de intersección aérea y marítima.

Hoy, el Tigre está enjaulado y listo para ser llevado a la feria de especies exóticas en peligro de extinción, pero falta su estirpe gatuna, los que apenas lograron sacar un par de manchas del Tigre, unas cuantas rayas en su vergonzosa piel de arrastrados, gatos de monte y operadores de la injusticia que maullaban a la sombra del tigrillo y el tigre mayor.