Esas rayas longitudinales de color blanco, paralelas al flujo del tráfico, que se alternan con otras oscuras -por la superficie de la calle- y que son usadas en muchos lugares del mundo para facilitar el tránsito de peatones, son llamadas paso de cebra. Nombradas a partir de las líneas del cuadrúpedo africano de pelaje a rayas blancas sobre fondo negro, suelen tener entre 40 a 60 cm de ancho para mayor visibilidad y espacio para el ir y venir de los caminantes. Una vez que ha puesto un pie en ellos, el transeúnte tiene opción de paso preferencial en su travesía, debiendo los conductores disminuir la velocidad y detenerse al avistarlo. Esa es la regla aceptada alrededor del mundo, excepto en nuestra irredenta tierra.
Todos los días podemos ver cómo los pasos de cebra (también llamados de peatones) son ignorados, irrespetados y hasta obstruidos por quienes conducen a toda velocidad o sin prisas por las calles de nuestras ciudades. Ideados para garantizar la seguridad de la gente que se moviliza sin auto, se popularizaron con rapidez en las grandes urbes por su utilidad para ordenar el flujo de personas y la vialidad, evitando percances con los vehículos.
Se afirma que fue en el Reino Unido donde se utilizaron por primera vez con su actual diseño y fue ahí donde se obligó a usarlas legalmente. No es casual, por cierto, que uno de los pasos de cebra más famosos se encuentre en Inglaterra: el que aparece en la carátula del álbum Abbey Road, de The Beatles. Ni es el más largo ni el más concurrido del planeta (ahí destaca el de Shibuya en Japón, con su cruce de cinco franjas) pero algo sí es seguro: si usted se asoma a uno de sus extremos o cabeceras y pone un pie en ellas, los automóviles se detendrán de inmediato para que usted camine de forma preferente y segura.
Entre nosotros, entes tropicales, forjados por la indolencia y acostumbrados al ninguneo individual y colectivo, la presencia de este paso peatonal en calles y avenidas es una exigencia urbanística cuya atención y respeto es, la mayoría de las veces, omisa. La mayoría de los conductores se detienen sobre ella, previniendo que otro carro o una piara de motociclistas se adelante y les quite el espacio frente al semáforo, rotonda o encrucijada; la acción suele pasar desapercibida para los agentes del orden, quienes ignoran esta falta consignada en las leyes de tránsito, así como para los peatones que se cruzan casi siempre donde les da la regalada gana. De poco o nada sirve haber aprendido en la escuela las señales de vialidad y el deber de respetarlas, pues las manadas que circulan montadas en automóviles, autobuses, camiones, motos y hasta bicicletas, no temen a las posibles consecuencias de ignorar una lámpara roja en un semáforo o aparcarse en una banqueta, y mucho menos miedo tendrán a posarse sobre un paso con un nombre propio de un zoológico.
Los pasos de cebra y el desprecio a su existencia nos brindan lecciones indiscutibles de por qué estamos cómo estamos en el país y por qué nuestra convivencia es tan, pero tan complicada.