El origen de la palabra “indio” se encuentra en el sánscrito, la histórica lengua de la India. Significa “río”, luego esa palabra tendría otras evoluciones en las lenguas romances. Por error fue asignada a nuestros antepasados nativos americanos.
Como se puede apreciar, la palabra “indio” no tiene en su origen ningún valor despectivo. Es un patronímico que ha sido asignado por error a los nativos de América. Entonces, surge la pregunta de cuándo comenzó a usarse esta palabra como insulto, y para mí peor que insulto, como desprecio porque este es más solapado, menos frontal, aparentemente menos grave y por ello más fulminante. Todo tiene su origen en la visión eurocéntrica del mundo, en creer que el hombre blanco de Europa era superior. Entonces decir indio significaba decir hombre de menor categoría, no letrado o ignorante. Esta idea sobrevivió hasta nuestros días. Identitariamente heredamos los prejuicios blancos y el autoestima indígena, y eso ha hecho de nuestra sociedad una carnicería contra las personas que presentan característica físicas y culturales más propias de los nativos americanos.
“Indio” se sigue usando, en el siglo XXI, con una carga semántica despectiva. La solución no es dejar de usarla, si simplemente deja de usarse y se convierte en tabú es porque sigue expresando algo negativo. Es necesario despojar esa palabra de su sentido peyorativo. Debe decirse “indio” con la misma naturalidad con la que se dice “árabe”, “judío”, “turco” (como les decimos en Honduras), “chino” o “negro” que en ese sentido la comunidad negra ha progresado y ha evitado sustituirla por “negrito” o “moreno”, como si la palabra “negro” remitiese a algo negativo, dañino, perjuicioso, como si fuera una degradación humana. La lengua es una representación del mundo y el pensamiento.
El suceso entre Dereck Chauvin el expolicía (a quien se debería dejar de llamar solo policía porque eso provoca una generalización innecesaria y nociva para la institución) y George Floyd ha puesto de nuevo en el tapete el racismo, que se ha superado a medias según muchos. Yo diría que no se ha superado, se habrá superado cuando dejemos de hablar del tema, y si nunca se deja de hablar del tema es que sigue presente. Lo explico: mientras las minorías sigan no solo peleando sus derechos sino exhibiéndolos como conquistas cuando lo consiguen es una muestra de que la discriminación sigue existiendo, porque no ha alcanzado el grado de normalidad tal que ya no se piense en ello.
No se debería hablar, por ejemplo, de que en una gala de premios no se haya nominado a ningún negro y al año siguiente celebrar porque se nominaron cinco, porque entonces seguimos distinguiendo. La premisa debe ser: nominar a los que mejor trabajaron, solo fijarse en el trabajo. Lo mismo en el caso de las mujeres, el día que dejemos de contar cuántas mujeres y cuántos hombres hay en tal sitio sabremos que no hay barreras. Dará igual si son mayoría mujeres o son mayoría hombres. Solo se tendrá en cuenta la humanidad, la dignidad y la capacidad.
Nos queda un gran camino por recorrer, que nos pide una coherencia necesaria. Está bien la solidaridad con lo que ha sucedido en Estados Unidos, sin embargo, no hay derecho moral para apoyar una campaña social contra el racismo si hemos pensado en “indio” y nos ha saltado un pensamiento despectivo, racista.