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La lámpara de Aladino

'China es un gigante dormido, que hará temblar al mundo cuando despierte.”

Esta noción orientó la política occidental hacia China desde mucho antes que la frase fuese atribuida a Napoleón Bonaparte. Mientras duerme el gigante, razonaban las potencias, podemos saquear como queramos las riquezas de China. Creyeron que dormiría para siempre.

Pero China nunca durmió. Cuando la visitó Marco Polo en el siglo XIII, China dominaba un inmenso imperio continuo, con tradiciones y sabiduría milenarias, con una civilización y un desarrollo científico y militar superiores a los de Europa.

Durante el siglo XV, el emperador Yongle organizó un vasto programa de exploraciones navales internacionales que propició la expansión diplomática y comercial del país. Pero cuando regresó la última gran expedición Yongle ya había muerto, y sus sueños globales fueron eliminados por un nuevo emperador, muy influenciado por los burócratas y los políticos confucianos. Durante siglos el país fue cerrado a toda relación con el mundo exterior. China se amuralló y se aisló a sí misma.

Luego que la economía se hizo mundial con el empuje del renacimiento y de la expansión europeos, China fue presa obvia y fácil para las potencias mundiales. Y ahí comenzó el asalto implacable y violento que sometió, ofendió y humilló a China hasta mediados del siglo XX.

La frase de Napoleón resonó en una terrible advertencia de Mao Tse Dong, 150 años más tarde: “China se ha puesto de pie, y nunca más volverá a ser humillada”.

Ahí queda explicado el impulso y la inspiración de la nueva China, de su crecimiento económico vertiginoso, del sacrificio abrumador impuesto a la población llana para producir a bajo costo, de su militarismo, de su actitud de gran potencia, de su capitalismo de Estado -que no socialismo-, de su sistema político autoritario, al mando de un emperador del siglo XXI.

Más que un gigante dormido, China ha sido el genio de la lámpara de Aladino, encerrado por voluntad propia, que hoy sale a reclamar su parte del planeta y a recuperar su presencia en la historia de la humanidad.

Occidente frotó la lámpara con el paño engañoso de la codicia. El genio ha cumplido las peticiones occidentales: productos muy baratos, espacio para producir con mano de obra mal pagada y sometida, un ambiente laboral libre de trabas burocráticas y demandas sindicales.

El reciente desfile militar que conmemoró 70 años de la revolución campesina y nacionalista encabezada por Mao, también podría celebrar la liberación del genio de la lámpara, que las reformas de Den Xiao Ping hicieron lucir tan tentadora para las empresas transnacionales.

Fue un desfile imponente, intimidante e inquietante. Tanto demuestra una sólida capacidad defensiva como una fluida capacidad ofensiva. No fue un mensaje pacifista ni tranquilizante para un mundo en llamas, y el retrato portentoso del presidente Xi recuerda las manifestaciones masivas que canonizaban a Mao.

Tal parece que se esfuma el sueño de un mundo multipolar, de muchas potencias y escasas broncas. Mientras tanto, las mismas naciones que humillaron y ofendieron a China durante 500 años liberaron al genio de la lámpara y le piden ahora que se contenga, que no crezca, que no compita y se aleje. Vi todo el desfile, y no me parece que China tenga muchos deseos de regresar a la lámpara.