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La docencia

Escribo estas palabras en las cercanías del Día del Maestro. Ese día, a los que ejercemos la profesión docente se nos llena de felicitaciones y palabras hermosas. Se usan frases hiperbólicas, llegando a decir incluso que somos los mejores maestros, y comprendo que son las palabras que se suelen decir en las festividades. Cosa extraña es que casi nadie nos desea la mejor de las suertes en la labor docente, siendo que esta requiere, además de una ardua preparación, de mucha fortuna a la hora de ponerse frente a los estudiantes.

Pero hoy quiero darle la vuelta al asunto, y quiero ser yo como docente quien hable de esta noble profesión. Quiero que sepan en primer lugar que, en esta profesión, como todas, se requiere de vocación, pero creo que esta de una manera muy especial. Desde los docentes que laboran en el preescolar hasta los que enseñan en el nivel superior tenemos retos francamente difíciles. Usualmente tenemos una tarea que implica una contraparte (la niñez y juventud) y a veces más de una (padres de familia, encargados, comunidad), y resulta que esa contraparte no quiere colaborar, es decir, no está interesada en el aprendizaje. Y para colmo, de vez en cuando hay quien culpa a los docentes. Díganme si no hay que sentirse llamado para lidiar con esto día a día.

No, no quiero que se piense que se trata de una queja, sino de una puesta en perspectiva de la primera gran dificultad que enfrenta el magisterio. Y bueno, de lo mal pagada que es la profesión docente en muchos casos, ni hablar. De nuevo, hay que sentir un llamado.

Pero ¿de dónde nos llega ese llamado? Aquí cada compañero o compañera docente tendrá una respuesta. Algunos dirán que tiene que ver con lo divino, porque el mismo Dios bajó a enseñar a este mundo; otros dirán que se trata de un llamado civil y otros le agregarán que es moral. Otros verán el llamado en los jóvenes, porque tienen un especial cariño por la juventud, y así cada uno dará cuenta de su vocación. Ciertamente, en términos objetivos da igual de donde venga, no tiene por qué ser uno nada más. Después de todo, existe cuando se logra el aprendizaje, una especie de luz que se enciende en el corazón del docente. Me atrevería a decir que es casi un misterio.

Es por esa razón que no se puede llamar docente quien humilla a los estudiantes y desprecia sus gustos e ideas, a la vez que dice que todo tiempo pasado fue mejor, cuando simplemente nos gusta más porque es el tiempo que consideramos nuestro, y no porque sea esencialmente mejor que otros. No puede ser considerado docente quien prepara con malicia un examen o sentencia a los estudiantes desde el inicio del ciclo académico. Esas personas son intrusas en la profesión docente y nada tiene que ver con la paciencia y armonía que debe transmitir una persona que enseña.

También hay quien, teniendo mucha vocación para la docencia, decide dedicarse a otra profesión, primero por falta de orientación, y segundo porque no es una profesión, en términos generales, bien pagada. Y a estas personas no hay nada que reprocharles, es al sistema al que hay que reclamarle, porque a nadie se le puede juzgar por tener aspiraciones económicas. Y hay que señalar que hay quienes, incluso sacrificando esas aspiraciones, se dedica a enseñar, así que la docencia (la verdadera) solo es posible en un corazón noble y un espíritu optimista. Felicidades compañeros y compañeras docentes.