La RAE define la palabra “hartazgo” como “ingestión excesiva de comida o bebida”, pero en lenguaje coloquial o cotidiano también se puede definir como la sensación que alcanza una persona cuando ha abusado en demasía de cualquier costumbre, hábito o actividad. El hartazgo no ligado con la alimentación por lo general provoca perjuicios a terceros, y estos, a su vez, también se hartan, se hastían, se cansan, se encabronan de ser objeto de esa permanente actitud abusiva y ofensiva. En la política hondureña, con las excepciones de la regla, los elegidos para ocupar los puestos de conducción nacional han manoseado y abusado del poder, han rebasado los límites de tolerancia del pueblo hondureño y, “por fin”, ahora se atisban señales de que las masas ya no tolerarán semejantes atropellos. En noviembre las urnas gritaron con fuerza contundente su repudio a la organización política que durante doce largos y tenebrosos años violaron, con saña y sin lástima, todas las normas morales, políticas, cívicas y legales que rigen las relaciones de toda sociedad civilizada. Lo más repudiable en cuanto a las actitudes del partido saliente son las acciones inmorales que se cometieron en las horas agónicas de su salida: repartición vulgar vía prestaciones multimillonarias ilegales a funcionarios de vodevil, cuyo paso por las instituciones públicas estuvo barnizado cuando menos de incapacidad, pero de altísima corrupción, o sea, que demasiados transitaron sin pena ni gloria; sin embargo, hoy son premiados de una manera que ofende a todos aquellos obreros que sí contribuyen al desarrollo nacional sin recibir el justo reconocimiento por su esfuerzo. En mis giras proselitistas en los rincones más bellos pero apartados del país, procurando el apoyo electoral del pueblo para la realización de un sueño que pretendía alcanzar metas dignas de desarrollo humano, experimenté una lección que jamás olvidaré. Hace unos 30 años la anticorrupción constituía, al igual que hoy, el tema principal de campaña, pero había un grave problema. Nuestro pueblo, no obstante ser la víctima del flagelo, carecía de una noción clara y precisa de lo que era corrupción. Había necesidad de explicar con técnica pedagógica cómo su pobreza era resultado del robo, del abuso y la negligencia de Gobiernos sucesivos. Para el pueblo, comprender lo que era un robo de millones era algo incomprensible. Ellos jamás han visto en sus manos ni cien mil lempiras, uno sobre otro. Por ello, jamás olvidaré al humilde compañero dirigente campesino, con caites y su alforja al hombro, que bajó desde una de las aldeas más remotas de las cúspides de las sierras de Lempira, al que habiéndole explicado con claridad el termino “corrupción”, quitándose el endurecido sombrero típico de estas zonas catrachas, me preguntó:
¿Don Olban, entonces por qué los que se han hartado este pobre país siguen con hambre?
¿Don Olban, entonces por qué los que se han hartado este pobre país siguen con hambre?