El nuevo gobierno de Honduras que asuma en 2026, sin importar si es de izquierda, centro o derecha, se enfrentará a una dura realidad jamás vista en los últimos 45 años: una reducción sustancial de la cooperación internacional como Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD). Esto no solamente en términos de presupuestos, sino también en presencia institucional y territorial.
Es cierto que a muchos políticos y funcionarios les incomoda la ayuda internacional, especialmente aquella vinculada a la lucha contra la corrupción y los derechos humanos. Sin embargo, lo que no pueden negar es que, durante décadas, la cooperación internacional les ha sacado las castañas del fuego, supliendo la falta de inversión pública y de políticas eficaces para atender problemas como la seguridad alimentaria, la precariedad en infraestructura, los desastres naturales y epidemias como el dengue.
Esta dinámica llevó a que muchos gobiernos se desentendieran de sus responsabilidades. Mientras la cooperación asumía el rol de salvavidas, los recursos públicos eran redirigidos hacia proyectos políticos o intereses particulares. Con el tiempo, el creciente protagonismo de la cooperación internacional consolidó una fuerte dependencia gubernamental. Como resultado, no se pudo construir capacidades estatales, ni se redujeron indicadores de pobreza o de corrupción, ni mejoró estructuralmente la democracia. Las élites políticas han sido hábiles para aceptar la ayuda de la cooperación, pero rechazar las recomendaciones, escudándose en el discurso injerencista. He ahí una de las críticas que más resuenan hoy: la ayuda internacional no transforma la calidad de vida de las personas, y en su lugar, se enfoca en imponer valores culturales ajenos al contexto local.
Es muy probable que sin la cooperación internacional Honduras estaría aún peor en todos los indicadores de desarrollo. Pero ese modelo ha llegado a su fin. En un mundo cada vez más multipolar, los grandes donantes se están enfocando en proteger sus propios intereses nacionales. Esto se refleja en los recortes que ya se observan en Estados Unidos de América y Europa, presionados por déficit fiscales, letargo económico, tensiones comerciales, envejecimiento poblacional, migración, nacionalismos y conflictos bélicos regionales.
Aunque aún no está claro cómo se reconfigurará el nuevo modelo de cooperación internacional, todo indica que tendrá un fuerte componente ideológico y transaccional en función de temas como migración, comercio, seguridad y China. Ante esta nueva realidad, el próximo gobierno deberá desarrollar una agenda de cooperación enfocada en la autosostenibilidad, priorizando áreas como la simplificación de la administración pública, el fortalecimiento de la descentralización municipal para el desarrollo económico, y una mejor recaudación fiscal sin aumentar impuestos. En otras palabras, poder gobernar sin depender.