Desde siempre algunas instituciones educativas y algunos padres de familia han visto con bastante recelo que los profesores cuenten anécdotas a los estudiantes. Rondan en internet memes que bromean con que en los exámenes se hacen preguntas sobre la vida del profesor.
Estoy de acuerdo, la vida de cualquier profesional es privada y debe mantenerse al margen de su trabajo, sin embargo, también pienso que las anécdotas son un recurso didáctico de mucho valor, y que ha sido desestimado injustamente. Digo lo anterior desde mi experiencia como estudiante y docente.
Por supuesto que se debe guardar que la clase no se convierta en un conversatorio sobre la vida del maestro. Se deben cuidar los límites de lo que se cuenta y se debe considerar el ambiente en el que se relata la anécdota, creo que son detalles en los que el sentido común es una guía inicial a la vez que fundamental.
La anécdota tiene mucho valor para casi todas las personas porque despierta mucha curiosidad, elemento clave para el aprendizaje. Se puede aplicar a cualquier área del conocimiento porque las ciencias no solamente son lo que se explica en los libros, sino todas las situaciones que lo rodean, incluidas las peripecias que se sufren a veces al ejercerlas.
Como en cualquier actividad, en la enseñanza es necesario el momento de distensión. Y a veces una pequeña reflexión sobre la vida o una pequeña conversación sobre algún aspecto particular de la vida, relacionado con una anécdota, sirve tanto como uno de esos juegos que se utilizan con el fin de relajar el ambiente en el salón de clases.
La anécdota tiene, además, la cualidad de ser real o de pretender serlo, porque esta, como nos ha enseñado Hernán Casciari, se puede magnificar sin perder ni su esencia ni su objetivo. Puedo afirmar que hay detalles de mi aprendizaje que aún conservo gracias a una buena anécdota, contada con mucha gracia y, estoy seguro de ello, buena intención. No por el simple hecho de perder el tiempo.
Algunas anécdotas posiblemente no me hicieron recordar un contenido teórico, pero sí me enseñaron a valorar a mi docente de otra manera; me hicieron admirar más su labor y a ellos y ellas como personas.
Creo que no necesito recordar lo importante que es la admiración en el aprendizaje: se aprende mucho más de alguien a quien se admira. Me enseñó un docente, al que siempre respeté mucho, que los títulos y logros no se le arrojan a la cara a los estudiantes para impresionarlos, sino para que sepan quien es la persona que está al frente de la clase y la valoren como lo que es.
Del lado del estudiante, en la clase de Español y similares, contar historias, incluidas las anécdotas, es imprescindible, porque es la forma más natural que existe de narrar. No hacerlo, más bien, sería una locura. En una educación integral está el factor humano, y lógicamente, los docentes son los que lideran esos procesos. La anécdota nos humaniza, nos vuelve cercanos, nos desacartona y nos vuelve verosímiles para los estudiantes. El camino a partir de allí, considero que es más simple.
Por último, y esto más para la labor de puertas hacia dentro de los docentes, el anecdotario es un buen recurso para aquellos docentes que no escriben ficción, porque lo otro que es inconcebible, y esto para cualquier materia, es un docente que no escriba. Para los profesores que me leen, pruébelo, de verdad que es un gran ejercicio