Columnistas

El sur también existe

El alma de un cuerpo corrupto es un desierto. Es por eso que Honduras es uno de los países más sedientos del mundo. Aquí todo mundo pide “pa los frescos”.

Algunos analistas, que son prótesis del sistema, culpan al fenómeno de El Niño, cuando este es del hombre corrupto que ha saqueado no solo los medios financieros, sino los recursos naturales.

El meridional de Honduras ha vuelto sin clemencia la sequía que afecta a sus 200,000 habitantes y al sector agrícola, al no poder utilizar como quisiera el agua del río Choluteca, que desde hace años está bajo una concesión de uso privado. Ese líquido tiene dueño y la calamidad, definitivamente.

Aquel vertiginoso, caudaloso y ancho río Choluteca es un desierto en la actualidad, que arrastra las penurias y necesidades de agua de los habitantes, limita la producción agrícola y eleva los costos de actividades al igual que la caña de azúcar que requiere de importantes cantidades de agua para el riego, las empresas azucareras que operan en la zona han perforado más de 500 pozos, cometiendo un delito ecológico, porque le están robando la poca agua a la gente. Dejándolo en un desolado estéril y utópica región.

Al margen de todo esto, qué sector productivo se beneficia, ya sea agrícola, ganadero o industrial, las zonas áridas y la falta de agua han sido causas definitivas del desarrollo humano; las grandes hambrunas han propiciado el éxodo de pueblos completos y en ocasiones su decadencia; sin embargo, la sequía ha sido el nervio del desarrollo tecnológico, al impulsar los avances científicos y, por tanto, mejorar la gestión y uso del agua. Claro, en naciones serias y con funcionarios comprometidos con la causa del Estado.

En Honduras, más allá de la sequía, es un problema de perspectiva y servicio con el propósito de mitigar los daños y las repercusiones que se deben más a la gestión, uso y manejo del agua, es decir, a la administración del recurso, que es la parte no estructural del problema.

Por esto, las consecuencias de esos acontecimientos no son desastres naturales, sino simplemente devastaciones inducidos por diversos factores sociales, políticos y económicos, entre ellos las deficiencias en información, organización institucional y social y las estrategias inadecuadas inoportunas a fin de destruir esa tierra.

Tener una percepción oportuna de esta adversidad es quizás el primer paso, con el objeto de lograr que la gestión del agua en épocas de escasez permita afrontar la sequedad con más claridad, con base en una asignación apropiada del agua existente y de la crisis ambiental.

Se han hechos bosquejos, ideas, proyectos hidroeléctricos, fuentes, entre otros, lo peor del caso es que son actos de corrupción con el objetivo de aumentar esta desgracia en el sur, donde la solución es construir al menos una represa grande en el sector de Morolica, lo que en particular generaría electricidad, abastecería de agua a muchas comunidades, serviría con la intención de riego a franjas productivas y promovería el turismo. Por el contrario, se observa que la voluntad política pasa por donde está el “moje”, en épocas secas. Por otra parte, esta situación es ya un disco rayado como aquel, de Joan Manuel Serrat, que aún suena en nuestra conciencia: “El sur también existe”, aunque nuestro meridional no es más que un paisaje de grietas insalvables y árboles agonizantes entre los armazones de huesos polvorientos de la ganadería en este departamento de tres fronteras: Nicaragua, El Salvador y la muerte, pero no esa muerte de rito y celebración que hacen los mexicanos a sus seres queridos.