Columnistas

El suicidio en masa de los lemmings

También les llaman leminos, pequeños roedores parecidos a los conejillos de indias o cuyos, que habitan en el norte de América y parte de Europa; se reproducen por miles, sobrepueblan, escasean los alimentos, las madrigueras y cuando no cabe uno más, como mecanismo de autorregulación, se suicidan en masa lanzándose al mar.

Desde luego que este es un mito, reforzado por las costumbres de estos superfértiles animalitos, que cuando son muchos emigran masivamente en busca de comida y cobijo, sin importar la dirección y los riesgos, así caen repetidamente por insalvables acantilados, turbulentos ríos, codiciosos depredadores y peligros letales.

Ahora que nos dicen a todos que nos quedemos en casa, que la enfermedad y la muerte acechan allá afuera, no solo enfrentamos la sobrepoblación como los lemmings, también la necesidad de alimentos y medicinas nos llevan a la calle. Claro, siempre sobran los descuidados, insensatos, curiosos, que no creen, no temen, y salen solo porque sí.

Por ahora exhibe su rostro más fiero la desigualdad; los que pueden acumulan provisiones en sus casas para una semana, un mes; los que nunca tuvieron nada tienen que salir a diario a pelear la vida que pasa como un huracán, y la tal Covid-19 solo es otro riesgo más.

Esa infame desemejanza de ingresos que arrastramos desde hace décadas mantiene a siete de cada diez hondureños subsistiendo en una bárbara pobreza, que ni siquiera pueden garantizar pan para hoy, no digamos salud, vivienda o educación; estas carencias juntas convocan la multitud en los mercados, centros de abastos, calles de la miseria y el riesgo incontestable del coronavirus.

A todos nos aterroriza ver las multitudes en mercados y en los barrios, saltándose el distanciamiento social obligado, sin mascarillas ni antibacteriales, porque su riesgo es también el nuestro; es fácil criticar con el refrigerador lleno, la mesa con mantel y el salario en una transferencia.

El desafío está en aprovisionar a los que más necesitan, hasta siete millones de hondureños; las bolsas con alimentos de gobierno y alcaldías no alcanzarán, y aún falta despolitizarlas. Debería surgir la solidaridad de empresas, instituciones, personas; esa fraternidad y camaradería que, distinto a otros países, aquí nunca forman parte de la educación.

Es innegable el asunto cultural; en occidente cuesta entender el comportamiento de otras civilizaciones, eso que Carl Jung llamó “inconsciente colectivo”, digamos el de China, hasta dijeron de todo cuando al primer llamado, la gente se encerró, aún con aprietos como nosotros. Aquí muchos salen sin necesidad, sin miedo, solo porque les toca por su número de cédula.

Políticas públicas justas, conciencia ciudadana y solidaridad para vencer esa dicotomía fatal entre morir de hambre o de coronavirus. Dos batallas duras: la pobreza y la imprudencia, para que no acabemos como los lemmings suicidándonos en masa