Los insultos, las groserías y las ofensas son un hecho muy curioso dentro de la lengua. De entrada, lo primero que se puede decir es que ninguna palabra, al menos en español, está hecha para ofender, creo que en alguna ocasión he hecho esa reflexión en estas páginas. La lengua es, entonces, una realidad muy noble, y es básicamente descriptiva.
¿Qué es lo que hace, pues, que una palabra o un conjunto de palabras logren ofender? Los prejuicios. Y eso solamente se puede explicar desde la sociolingüística. Analicemos unas cuantas palabras ofensivas para ilustrarlo. Por ejemplo, la palabra “bastardo” que aunque ahora tiene diversas definiciones en el Diccionario de la Lengua Española (DLE), si se revisa el corpus del Diccionario Histórico de la Lengua Española nos encontraremos que en sus primeros usos se refería a los hijos nacidos fuera del matrimonio. Como se identifica en el siguiente texto anónimo de 1344 que traducido al español moderno queda así: “En esta historia hubo dos hijos, el uno era legítimo y el otro era bastardo”. O como se afirma en “Fuero viejo de Castilla” de 1356: “Fornecino: hijo bastardo o nacido de adulterio”. Aunque el Diccionario de Autoridades de 1726 en su definición de “bastardo” hace más referencia a la impureza, pero conserva la idea.
La calidad de ofensa de la palabra se basa en el prejuicio que se tuvo durante mucho tiempo de que las personas nacidas fuera del matrimonio valían menos o eran sinónimo de vergüenza. Digamos que son ocurrencias de épocas pasadas. Entonces, ser bastardo era una especie de demérito para la persona.
Otro ejemplo útil para explicar esta incidencia social en la lengua es “pelagatos”, cuya definición en el DLE reza: “Persona insignificante o mediocre, sin posición social o económica”. Es decir, que la ofensa consiste en recordarle la pobreza al interlocutor o al referido.
En épocas más recientes ha pasado con la palabra “marica”, que se ha usado desde hace mucho tiempo para referirse de manera despectiva a los homosexuales. Quiero aclarar que las definiciones del DLE de esta palabra tienen todas las marcas sociales de despectivo y malsonante. Igualmente, este insulto se basa en una supuesta debilidad, en recordar algo que presuntamente está mal. Obviamente desde el prejuicio.
Contra las mujeres, por ejemplo, hay insultos que tienen que ver con juicios morales a los que son sometidas. Y los hombres se los insulta apelando a una supuesta debilidad.
Las ofensas, contrario a lo que podría pensarse, surgen del lado más conservador y purista de la sociedad, precisamente desde aquellos sectores que se sienten con la suficiente categoría moral para hacer un juicio.
Los insultos suelen ser verticales, en otras palabras, los insultos siempre son dichos desde una supuesta posición de superioridad. La persona que insulta siente una superioridad económica, social, cultural, física, moral, espiritual, intelectual, etcétera. De ahí que “negro” o “indio” se hayan usado de manera despectiva durante tanto tiempo. O que, por ejemplo, “ignorante” sea una ofensa y no solo una descripción.
Dejará de haber ofensas en el momento en el que se acaben los prejuicios, en el momento en el que dejemos de ser dogmáticos en extremo y, sobre todo, cuando dejemos de sentir superioridad sobre el otro, porque normalmente las superioridades que asumimos son arbitrarias y no tienen ninguna relación con lo inherente a nuestro ser. Y creo que es momento de educar sobre ese particular.