“América para los americanos”, parecía muy inocente la frase dicha por el presidente de Estados Unidos, James Monroe, en el Congreso de su país en 1823, eso ocurría después que las naciones americanas lograron su independencia de las monarquías europeas y el presidente estadounidense lo hacía, aparentemente, con el propósito de que Europa se mantuviera al margen de toda intervención en América. Con el tiempo se fue conociendo la verdadera intención de Estados Unidos, ya que, cuando llegó el momento se apoderaron de los recursos de sus vecinos cercanos. No había tal política anticolonialista, solidaria y de hermandad en el contenido discursivo de los dirigentes de la joven nación que se levantaba con ímpetu imperial en el continente americano.
No ha habido ninguna nación de la región que no haya recibido algún tipo de intervención. Una de las guerras punitivas que la nación del norte desarrolló en América Latina fue la librada en contra de México (1846-1848), el país azteca fue obligado a ceder la mitad de su territorio, incluyendo los ricos estados de Texas y California. Con razón, en una frase atribuida al presidente Porfirio Díaz, quien gobernó al país desde 1884 a 1911, dijo: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”.
Cuando el dominio español sobre Cuba ya era insostenible, en 1898, Estados Unidos declaró la guerra a España y en poco tiempo esta era derrotada, negociando con la potencia europea la entrega de los territorios de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Los estadounidenses ocuparon militarmente la isla, ocupación que se mantuvo formalmente hasta 1902. Después de esto le aplicaron la Enmienda Platt, que significó para Cuba una independencia mediatizada, con parte de su territorio ocupado, ocupación que todavía se mantiene en la bahía de Guantánamo, convertida, por Estados Unidos, en una base militar, centro de detención y tortura. Lo que ocurrió en aquella nación caribeña en aquellos años y el ulterior dominio de la nación del norte en la economía y política de la tierra de Martí, explica el movimiento insurreccional iniciado en 1956, encabezado por Fidel Castro, acción que terminó con el triunfo rebelde en enero de 1959.
La idea de rechazar el intervencionismo de las potencias europeas en el continente se convirtió en una falacia. Un espectáculo doloroso vimos cuando los ingleses (1982) intervinieron en Argentina, tomando por la fuerza las Malvinas, Estados Unidos no pudo hacer uso ni siquiera del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) que obligaba a las naciones del continente salir en defensa del país agredido.
Cuando se aprobó la doctrina Monroe, lo que no se dijo es que la consigna de “América para los americanos” no se refería a todos los americanos, sino a los nacidos en la América anglosajona.
“Por el camino hasta perdimos el derecho de llamarnos americanos... Ahora América es, para el resto del mundo, nada más que Estados Unidos: nosotros habitamos, a lo sumo, una sub-América, una América de segunda clase, de nebulosa identificación”.