Para acallar la crítica negativa que había producido una escena racista en su película “El nacimiento de una nación” (1915), el director norteamericano D.W. Griffith produjo y dirigió en 1916 el filme “Intolerancia”, un monumental ejercicio pacifista y moralizante -en medio de la Gran Guerra- que obtuvo muy buena crítica, pero fue incomprendido y poco apreciado en su momento por el público, deseoso de ver a los Estados Unidos intervenir en el conflicto.
La película relata cuatro historias de injusticia, que se suceden de forma alternativa: la matanza de los hugonotes en Francia en la noche de San Bartolomé (1572), la pasión y muerte de Jesús de Nazareth, una huelga de trabajadores y la caída de Babilonia ante el Imperio Persa (539 a.C.).
Cada una de las historias presentadas por el autor (Griffith también fue guionista), revela los excesos que puede producir el irrespeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás, cuando son diferentes o contrarias a las propias.
La intolerancia es, precisamente, la falta de tolerancia, la ausencia de ese respeto que debemos prodigar a lo que el otro, piensa, cree, estima, hace. Y, como bien proyecta la película en una pequeña muestra, la historia es pródiga en ejemplos que hacen patente la tragedia que suele acompañar a la intolerancia (piras de libros y personas, persecuciones, dolor, odio y muerte).
Tal y como ocurre con la inseguridad y violencia, la intolerancia campea por doquier entre nosotros, sin que seamos conscientes de su presencia y efectos. Irrespeto a las convicciones religiosas de los vecinos, mofa manifiesta a quien aúpa a un equipo de fútbol diferente, hostilidad hacia el contrario político, por citar algunas manifestaciones corrientes.
Más grave es que hay quienes justifican estos excesos por la “euforia del momento”, la “pérdida abrupta del control de las emociones” o “la libertad de expresión y prensa”, cuando más bien sobran razones para preocuparse.
Estudios sobre la cultura política de la democracia en Honduras y en las Américas que se han llevado a cabo durante las últimas décadas muestran que la población de nuestro país se encuentra entre la que manifiesta niveles más bajos de tolerancia política en el continente americano.
En mediciones reconocidas como las del Barómetro de las Américas Honduras se ubica -comparativamente- como la nación del continente menos tolerante de todas, en parte como consecuencia del posconflicto de 2009. La información es para tomarla en cuenta, pues indica que el país debe hacer un esfuerzo importante en modificar patrones culturales y de comportamiento de su ciudadanía que son antidemocráticos y amenazan la paz y convivencia armónica, al irrespetar derechos humanos tan esenciales como la libertad de pensamiento y de creencias.
De ahí la importancia que tienen los mensajes de concordia que transmitan las acciones de los líderes de opinión pública, políticos y sociales. Porque las hogueras que la intolerancia ayuda a encender no se apagan con vasos de agua.