La ilegalidad, en lo que suponemos un Estado de derecho, tiene a la democracia hondureña como escenario de malabares económicos, sociales y políticos. Es lo que nos mantiene confrontados, caminando sobre una cuerda, sin ver hacia abajo por temor a caer al precipicio.
En la orilla nos han tenido tantas veces. Hasta allá nos han empujado, rodando. Y no caemos, siempre salvados. En vez de soluciones, con los problemas que ocasiona este estamento político en el poder y como oposición, real o de ficción, Honduras sigue y avanza. “La de aquí y la de allá”. La patria es permanente ellos siempre se irán. La transgresión de la ley al pretender imponer una cuarta urna, hasta este poder legalizado, pero ilegitimo, nos incomoda. Pero tampoco cabe reducir la conflictividad al tema de la reelección. Ni siquiera a la de semejante golpe que diera la constitucional sucesión presidencial. Que no fue la que provocó nada ni nos tiene como estamos ni dividió instituciones ni familias. Esa división viene de lejos y siguió andando, hasta conducirnos ahí y acá. No se cierren los ojos a la realidad de abusos que gobernantes infligieron al pueblo. No solo roba el que se embolsa dinero, en su creatividad, casi todos se aprovechan en tan diversas formas, desde las más glamorosas hasta las más burdas. Y con ellos, los de su entorno, a veces a sus espaldas. Es la misma historia que hace décadas Rafael Heliodoro Valle acotara, el poder ser escrita en una lágrima. La contemporánea ahí también tiene cabida, en la misma triste lágrima. ¡Que lucro misérrimo el que persiguen algunos creyendo ganar en la destrucción que propician! De dónde se han creído y les han creído, que sobre las cenizas de esta Honduras generosa podrían renacer? ¿Que de ahí se levantarían algún día? ¿Culpables? Abundan. Caciquillos y aspirantes a serlo o intelectuales de boca abierta ante unas migajas del poder. El de ahora y los de antes. Tan culpables como cualquiera. Fascinados ante la ilegalidad que pudiera alimentarles.