El mundo experimenta una crisis en todos los campos de la realidad humana, de la cual no ha podido salir desde su embestida en el 2008-2009, que tuvo su epicentro en las grandes economías de occidente. La crisis tiene un carácter multidimensional y se refleja bajo diferentes formas.
Es crisis ecológica como resultado de una racionalidad que es irracional porque se produce riqueza sin guardar la racionalidad para evitar el deterioro de la naturaleza. Se abusa de los recursos sin conciencia del límite, se contaminan las aguas y se desplaza a las comunidades originarias que han vivido en armonía con la naturaleza. Es crisis alimentaria por las formas de explotar los recursos, los patrones de apropiación del principal factor de producción y las prácticas de cultivo que se generan. La apertura de mercados y la economía hacia el exterior privilegia la competitividad como valor supremo, por lo mismo se da primacía al monocultivo y/o a los cultivos permanentes que se destinan al mercado externo. Rubros, algunos de los cuales se destinan a la producción de agrocombustibles para los vehículos de los países ricos, desplazando así los alimentos para la gente.
Crisis energética, el petróleo es uno de los principales rubros para generar energía, recurso estratégico que en condiciones de dominio hegemónico e intereses geopolíticos se utiliza como arma económica o de guerra, principalmente por parte de las potencias o de quienes lo poseen. Cuando aumenta el precio del petróleo afecta a los países que no lo poseen cuya actividad económica depende de este producto, cuando bajan los precios afecta a los países que lo tienen porque ven mermadas sus posibilidades de equilibrar presupuestos en virtud de que sus ingresos dependen principalmente de este recurso. Lo paradójico es que en muchos países que tienen suficientes reservas de petróleo, sus pueblos todavía viven en la pobreza, como resultado del acaparamiento por parte de las grandes corporaciones o por falta de capacidad tecnológica para su explotación y aprovechamiento. También la cultura de consumo no ha permitido a los países que carecen de este producto aprovechar la caída de su precio para mejorar los términos de intercambio en sus economías.
Crisis de refugiados y desplazamiento forzoso de grandes contingentes humanos por las guerras y conflictos bélicos que otros han provocado, afectando sobre todo a inocentes: mujeres, niños y ancianos, que no siempre son recibidos en los lugares donde llegan.
Crisis de valores, en donde la tecnología y el dinero no se conciben como medio, sino como fines en sí mismos… no se cuestiona la tecnología, sino el uso que se le da, la cual no ha sido utilizada para evitar la pobreza y la depredación de la naturaleza. La degradación es tal que todo se concibe como capital. Hasta el ser humano es capital. Si el ser humano es capital, también se deprecia como cualquier otro bien, así implícitamente se interpreta esta visión del ser humano como capital en la que la gente se deprecia cuando ha dejado de ir a la escuela, cuando se envejece o cuando deja de ser productor y/o consumidor activo ¡hasta eso se ha llegado en esta crisis! Crisis de confianza y de ideas en donde el ser humano está supeditado al dinero y no el dinero supeditado al ser humano, las cosas se vuelven “sujeto” y el ser humano “objeto” que es instrumentalizado. La crisis de ideas se refleja en las formas de pensar, de actuar y decidir, a veces impulsadas desde los currículos educativos, para penetrar la mente y el corazón de las personas. Ante la crisis estamos llamados a optar por nuevas formas de pensar y de actuar en la construcción de un mundo mejor.
*Economista Profesor UNAH