Columnistas

Las personas carismáticas poseen habilidad para motivar y entusiasmar a gentes de su entorno y lograr objetivos planteados. Son individualidades amadas por sus seguidores pero igual ridiculizadas por adversarios (ejemplo los carismáticos católicos que “hablan” en lenguas). No es que sean buenas por antonomasia ya que hubo en la historia déspotas crueles y dictadores carismáticos como Hitler, Mussolini, Papa Doc y Su Excelencia (presidente vitalicio, Mariscal de Campo Alhaji Dr., VC, DSO, MC, CBE) Idi Amin, que por sus artes de seducción se perpetuaron en el poder.

Sinónimos de carisma son gracia, bendición, misericordia, personalidad. Viene del griego “charis” y significa “cualidad natural de la persona para atraer individuos con solo su presencia, acciones o palabras”. Don innato, inherente a la identidad del fulano y que permite se destaque entre la multitud y generar buena impresión. Su lenguaje corporal es gran componente ya que es el que ilustra, a la hora de influir sobre otros, la irradiación de su imán de seguridad.

Se me ocurre depositar este término sobre la mesa ahora que entramos al mes de la alegría patria y reflexionar acerca de algo que nunca nadie ha intentado y que es el personal carisma de Francisco Morazán. Digamos su posible o potencial carisma kármico de héroe, del que existen indicios. “Sus planes de guerra y sus combates dejan tanto que admirar como los de Napoleón”, “sin su genio iniciador y reformista nada se habría hecho”, “en materia de virtudes Napoleón no puede sostener el paralelo con Morazán”, escribe el galo general Nicolas Raoul. “Su mirada era dulce e inteligente”, describe John Lloyd Stephens tras topárselo en una montaña en 1840. “Era galán. Blanco, mediano de estatura, con cerrada barba negra”, memora Froylán Turcios. “Ligeramente sonrosado, de cuerpo delgado, alto y recto (...) fisonomía tan perfectamente delineada que no se podía olvidar, mucho del tipo griego”, destaca José María Cáceres, quien agrega: “sereno, agradable y simpático (...) sus más encarnizados enemigos se rendían al irresistible prestigio que infundía el atractivo de su expresión”, “su casa nunca tuvo guardia ni en la servidumbre se vieron militares. Durante los últimos cinco años que estuvo en San Salvador solamente el día de su cumpleaños (1838) recuerdo haberlo visto en traje militar”.

Salvador Turcios agrega: “recuerdan las viejas crónicas que el joven Morazán era el niño bonito de Tegucigalpa (...) su simpatía era tan grande que pronto se hacía querer, siendo así que su fluido magnético era de fuerza irresistible”. “Fluido magnético”, término bello del siglo XIX, equivale a carisma.

Durante mi vida traté a varones con superior carisma: Fidel, Torrijos, Sanguineti, Edén Pastora (Comandante Cero), Ernesto Cardenal, otros cuya autoridad no era rigidez sino carácter. Vi a Lula una tarde y me impresionó. Atraían inevitablemente a las mujeres (Cardenal a jóvenes religiosos y poetas), agolpadas a su redor encantadas, obsesionadas con la luz de sus vigorosas personalidades.

Neruda predijo la incansable resistencia convocada por el líder: “Alta es la noche y Morazán vigila”, cuya carismática presencia ética sigue iluminando las sombras de la historia y los tiempos presentes.