Para que haya buena literatura no solamente se necesitan buenos escritores, también es imperativo que haya excelentes editores. En los últimos meses me he llevado varios golpes literarios muy duros. Voy a las librerías y compro literatura hondureña contemporánea, con la intención de conocer el panorama narrativo y lírico del país, y a la vez encontrar estructuras y sistemas literarios que pueda reflejar luego en un ensayo. Pero debo confesar que de lo que he leído, de más de la mitad no tengo mucho qué decir. Podría escribir un breve artículo señalando sus errores y aquellos aspectos en los que el libro pudo ser mejor, pero no es así como entiendo, o más bien quiero, el comentario y la crítica.
La crítica literaria, contrario al pensar general, no está hecha para hacer quedar mal una obra o a un autor, sino para realzar la belleza de los textos, esto a través de la valoración de los recursos estéticos empleados. Por lo tanto, de un mal libro no se puede decir mucho, por no decir que nada, es en vano.
La experiencia que he tenido con estos textos, cuyo nombre no vale la pena mencionar, ha sido aleccionadora. Algunos de ellos tienen “ráfagas de bondad literaria”, pero no se mantiene a lo largo de la obra. En algunas ocasiones estos cuentos, novelas o poemas son ideas muy buenas y originales que han sido trabajadas con muy poca fortuna. Digamos que se trata de una buena materia prima. Es aquí donde entra el papel del editor, los ojos externos y de verdad críticos. Y me atrevo a decir que uno de los grandes problemas es que a muchos escritores no les gusta que les digan la verdad. También hacen falta buenos correctores de texto.
El editor debe ser sincero y honesto, y el escritor debe tener forjado el carácter y no sentir los comentarios como ataques personales. Hay grandísimos escritores que no habrían llegado a serlo si no hubieran tenido editores o lectores calificados que les hicieran notar sus errores u oportunidades de mejora. Es que es tan fácil equivocarse mientras se escribe. Me atrevo a decir que no hay arte en la que sea más simple cometer un error, porque la apreciación literaria en realidad no tiene que ver con los sentidos —sobre todo en la narrativa—, el placer se da en el pensamiento, que es tan abstracto. No es tan evidente la belleza ni la fealdad.
Percibo también mucha prisa, de la que yo también alguna vez he sido culpable. He tratado de aprender. La literatura debe ser un proceso sosegado —aunque no necesariamente lento— y de continua revisión. Nunca una revisión más estará de sobra. Entiendo que todos conjugan la labor literaria con otros quehaceres en su vida, mas creo que eso no los descarga de su gran responsabilidad con la literatura.
Hay muchos grandes nombres de la literatura que, por las prisas, tienen productos no tan buenos. Se cuenta de Carmen Laforet, autora de “Nada”, una de las grandes novelas de la posguerra española, que escribía entre prisas, debido a que tenía que cuidar a sus cinco hijos, lo que mermó la calidad de sus relatos, que publicaba en diversas revistas.
Un mal libro no lo hace necesariamente un mal escritor, hay más factores de por medio. De hecho, hay muchos textos que si se editan y se trabajan con mucha más calma serían una gran apuesta de la literatura hondureña.