Columnistas

Honduras tiene que cambiar. Por la obligada evolución que cada aspecto de la vida amerita, pero sobre todo porque lo que tenemos no funciona como debiera. Que existan muchos, creemos, que estén bien, solo porque los pocos que vemos tienen satisfechas sus necesidades y deseos, no borra la realidad de afuera. Ni de aquí ni de allá. La de afuera en todos lados. Son más los que sufren y día a día empobrecen. Y no lo hacen felices. Se enojan en contra de gobernantes y en contra de quienes le encontraron el precio a estos, para establecer negocios onerosos que esquilman al pueblo y lo tendrán endeudado y miserable por varias generaciones. ¿Para que querían tanto dinero mal habido? Si el que hacen es producto de negocios obtenidos con sobornos y para ser verdaderos fraudes al pueblo es dinero sucio. Como el proveniente de la criminalidad organizada. ¿Para qué tanto dinero? ¿Para terminar pagando seguridad privada que les acaba la privacidad? ¿Para pagar honorarios descomunales a quien haga lo que tenga que hacer en los tribunales para evitarles la cárcel y la pérdida de sus bienes materiales? ¿O para pagar secuestros sin garantía de recuperar sanos física y mentalmente a sus seres secuestrados? Eso no es vida. Esta realidad no satisface, no tiene trazas de bien común. En un país con uno de los índices más elevados de corrupción, pero en el que nadie es corrupto, algo habrá que cambiar. Ahora que el proyecto del aeropuerto de Palmerola se vislumbra como otra gran estafa, vuelven a ser restregadas con sal nuestras heridas. No, no es ideológico, es visceral. Enardece las entrañas. Porque es grande la rabia que despierta cada pobre pidiendo una limosna. No por su acción sino por quienes los tienen así, corruptos y corruptores. Cada negocio de los azos, mediante los cuales fueron entregados bienes y servicios públicos destinados a enriquecer al pueblo no a unos pocos, debe ser recuperado para el pueblo. Sí. En el marco de la ley. Han contravenido los contratos, que se les rescindan.