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Para Armando García, conocedor.

Era el 4 de abril de 1940 y regresaba de acompañar a su madre en La Ceiba; tras breves horas estaría en Sabá de nuevo y pronto en casa. La cauda del tren lo adormecía conforme pasaba pueblos y campos bananeros del tránsito ––Belaire, Aguacate, Ilamapa, Sonaguera, Cruce en Olanchito, Coyoles Central––, con fincas bautizadas con nombres ítalos, incluso de óperas: Roma, Aída, Trovador, Reguleto (por Rigoletto) y el último, que presintió en lontananza, Elixir, sin acento, pronunciado por otros El Exir o Elisir, venido del título “L’elisir d’amore”, (“El elíxir de amor”), obra de Donizetti que fuera presentada por inicial vez en un teatro de Milán en 1832. Llegó a esa estación, asió el maletín de mano y tres minutos después cayó asesinado a machete tras caminar sólo algunos pasos.

Era Arturo Martínez Galindo abogado, editor del diario sampedrano El Norte (1934), secretario general en la universidad central (1930), hijo del coronel Pilar Martínez, fallecido en batallas de Namasigüe (1907), cuando él apenas tenía siete años. Fue miembro de la comisión para litigio de límites con Guatemala pero igual organizador de ateneos (Renovación), cofundador de revista Ariel con Froylán Turcios (1926) y de otras con diversos escritores, creó el diario El Ciudadano (1933) y destacó como brillante autor de cuentos, reunidos a póstumo en el libro “Sombra”, del que Óscar Acosta realizó una edición aumentada en 1996. La importancia histórica de Martínez Galindo radica en que es autor frontera entre el cuento tradicional hondureño (romántico, de la tierra o costumbrista) y el moderno. Su producción hace arrancar la cuentística nacional del siglo XX.

El homicidio produjo estupor en la sociedad. Ya en 1928 se había auto exilado en Nueva Orleans por amenaza de arresto y al retorno se casó con Laura Bennaton, yéndose a residir a San Pedro Sula y posteriormente a Trujillo, a vivir de litigante. Pero asqueado de la corrupción, el abuso al ciudadano y la represión permanente que imponía la dictadura divulgó en público sus críticas, con lo que cayó sobre él la pupila inquisidora del amo. En cierto momento refirió estar recogiendo testimonios y documentos para acusar al mayor de plaza de Trujillo, C. Sanabria, secuaz de Tiburcio Carías, por lo que la relación entre ambos sucesos ––denuncia y crimen–– es nada aleatoria. El asesino, que cobardemente lo atacó a mansalva, fue capturado en Sabá pero tras seis años, se dice, salió libre por haber actuado “en defensa propia”. Se esfumó, es muy probable que lo hayan extinguido por saber demasiado.

Martínez Galindo fue de prosa realista, exacta y sin duda el primero que toca acá temas en lo previo tabú: incesto y homosexualidad entre otros, sin hipocresía ni tufos religiosos. Sus tramas se ubican tanto en esta tierra como en Nueva York, en la campiña como en ciudad, con personajes jóvenes como viejos, con equilibrada crudeza literaria pero a la vez con ático humor. Darío Euraque acaba de copiarme el relato que sobre su chispa y cosmopolita visión del orbe hace Marco Antonio Rosa en “Embalsamando recuerdos”, juguete de picardía, banalidad y divertimento de la Tegucigalpa de la década de 1930, donde nació y yace para siempre. Honra a su memoria