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Si no puedes alabar, cállate

Sigo una página en Facebook que publica fotos antiguas de Tegucigalpa. Un día reciente, los comentarios nostálgicos habituales se interrumpieron al publicarse una foto de la familia de Tiburcio Carías Andino. Me sorprendieron la ligereza y la mala educación de algunos que vertieron toda clase de ataques hacia el expresidente. Hasta tal punto llegó el nivel de confrontación que el administrador de dicha página quitó la foto e hizo una aclaración llamando al orden a los usuarios.

Pensé en un fenómeno cada vez más frecuente, facilitado por el carácter anónimo de estos medios digitales, de lanzar piedras contra casi cualquier cosa. En varias ocasiones me encuentro con personas que muestran una valentía inaudita en el mundo virtual para difamar y calumniar, pero que en la vida real son incapaces de dar la cara y mantener con el mismo brillo sus ataques. Para muchos pareciera que sentirse protegidos detrás de una pantalla les da licencia para dañar la fama de cualquiera.

Me vino a la memoria una anécdota que se cuenta del santo cura de Ars. Una mujer se fue a acusar ante el santo sacerdote de haber emitido comentarios en contra de otras personas de su pueblo. La penitencia que se le impuso fue algo curiosa: subir a una parte alta del pueblo y soltar las plumas de una almohada. Hasta aquí todo parecía fácil. La sorpresa surgió cuando le pidió que regresara a recoger una a una todas las plumas. Ante la protesta de que esto sería imposible, el sacerdote mencionó la moraleja de que al emitir comentarios negativos no nos hacemos cargo del alcance y la repercusión de ese comportamiento.

En este caso en concreto, es lógico que existan errores y aciertos que requieren además el estudio atento del contexto histórico y de diversas circunstancias que no podemos evaluar con ligereza. Emitir un juicio sin estos datos equivaldría a lanzar una piedra al aire sin reparar en los daños que se pueden ocasionar. Es fácil atacar desde la ignorancia y sobre todo cuando la persona en cuestión carece de la posibilidad de defenderse. Por mis estudios recientes, también podría mencionar algunos hechos de esta parte de la historia hondureña que se prestan para cuestionamientos, pero ¿qué persona de carne y hueso no los tiene?, ¿quién podría sentirse exento de haber cometido las mismas o peores equivocaciones si se pusiera en las mismas condiciones y circunstancias?, ¿quién no se ha sentido inclinado a injusticias cuando le colocan en una posición de autoridad?

Muchas veces, las difamaciones y calumnias nacen del odio o la envidia.

Curiosamente, los que se prestan a esta clase de juegos malévolos no se dan cuenta de que más que hablar de las supuestas imperfecciones ajenas, estos comportamientos desleales dejan al descubierto la mediocridad e imperfección propia. Suele cumplirse casi siempre; los que gastan su tiempo y energías en criticar, muestran luego su ineptitud en construir nada de provecho.

Tal vez por lo anterior, no puedo evitar desconfiar de los que fundamentan su conducta en la crítica. Dice la sabiduría popular que una persona es, en buena medida, lo que piensa de los demás. Oír a alguien atribuir malicia a otro, es estar casi seguro de que en el autor ya existe algo de esa malicia, o está a un paso de tenerla.

Con esto no estoy diciendo que hemos de ser ingenuos y evitar mencionar el error cuando exista. Sobre todo si hemos de juzgar por razón de nuestro cargo. Sin embargo, si queremos ser justos, hemos de cuidar no prestarnos a escuchar y mucho menos transmitir chismes sin fundamento. Ojalá practicáramos aquel consejo que leí hace años: “si no puedes alabar, cállate”.