En Honduras, la crisis se vio acrecentada por la llegada de los fenómenos naturales Eta y Iota que terminaron de sepultar las esperanzas, sueños y anhelos de millares de compatriotas. Sin embargo, esta (como todas las crisis) permitió vislumbrar una nueva oportunidad de reinventarse ante la adversidad.
El pueblo hondureño recuerda aquel viejo dicho que dice “sólo el pueblo salva al pueblo” y de esa forma se emprendió un accionar que demostró qué podemos hacer si nos disponemos a apoyar a nuestros hermanos.
Lamentablemente, muchos utilizaron este accionar humanista para catapultar sus campañas políticas, intentar limpiar sus nombres, justificar el accionar de algunas instituciones e incluso mercadear con sus empresas.
Nos han vendido las ideas erróneas que debemos esperar que un líder mesiánico venga “a nuestro rescate”, candidatos políticos que “cambiarán la realidad del país”. Nada más equivocado.
Las personas comunes y corrientes unidos en nuestras familias, barrios, colonias, centros de estudio, trabajo, organizaciones comunales, vecinales y recreativas hemos brindado cátedra históricamente de lo que se puede hacer si nos organizamos con objetivos comunes claros y definidos, por ejemplo la construcción de una unidad hospitalaria autofinanciada por el pueblo de Olanchito o los cientos de miles de lempiras recolectados para la atención de los afectados por los fenómenos tropicales en noviembre pasado.
Si la solidaridad, el altruismo, el humanismo y la preocupación por la satisfacción de las necesidades del otro se mantuvieran siempre presentes, otra historia registraría las páginas de nuestra memoria.