Al caer el día, cayó el hambre, hambre de sed, de justicia, de esperanza, cayó una mujer... ¿qué importa?; cayeron antes, caen ahora y seguirán cayendo, dicen unos. Esos que cayeron un día cayeron cuando los compró la corrupción e infló sus billeteras, sus cuentas bancarias, pero sus conciencias están en números rojos.
Cayó la educación, ¿qué importa?, dicen unos, los que cayeron un día cuando vendieron nuestra tierra, su tierra. Cayó un país, cayó tu alma. Callo tu voz, pero ésta germinó en la tierra, que es nuestra madre y se niega a caer, sigue viva, esperando que no caigas y si caes, que sea por haber dejado caer a los cuatro vientos tu voz y tu fuerza.
Mundo masculino, rebosante de injusticia, abrumado de carcoma cancerígena, adornado de marginación. La situación de las mujeres en la sociedad es reflejo de un Estado que ha venido reprobando constantemente en materia de derechos humanos, los altos niveles de violencia que enlutan Honduras son los indicadores que la posicionan como una sociedad misógina.
En la mayoría de los países de la región centroamericana la mujer está ausente del ámbito público, el cual se considera de dominio exclusivo de los hombres, y los cambios por los que ellas están luchado han sido a grandes dimensiones en las últimas décadas. El doble discurso “razonable” de igualdad en todos los entes integradores más importantes de la sociedad, refiriendo esto al acceso a la política, al trabajo y a la dirección de las empresas, ha producido de pronto una resistencia mental de parte de nuestra sociedad.
Es preciso deconstruir el patrón misógino que disemine o extermine los decadentes y arcaicos modelos de comportamiento que desestabilizan la sociedad y ubican a la mujer en un riesgo permanente. Por eso ellas cantan. Por brazos, quiero alas; por piel, deseo plumas; y por encierro, anhelo libertad.