Cuántas bibliotecas públicas existen en el país, cuántas manos empobrecidas se encuentran actualmente en nuestra querida Honduras. Esto nos lleva a fundar nuevos pensamientos, nuevas actitudes. Ya que es necesario estar conscientes de nuestra propia precariedad educativa, pero detrás de todo esto hay un trasfondo áspero. Pobreza que parece inacabable y que nos aglutina cada vez más, sacando lo peor o lo mejor de nosotros, ya casi parece que tenemos la capacidad de empatizar con la pobreza.
Nuestra querida patria presenta una enfermedad de pronóstico fatal, es tierra de nadie, no existe el respeto por el sentir del otro, la transparente abnegación ante el dolor del amigo, del vecino, del compatriota (pido mucho), ese desapego a lo verdadero, a lo nuestro contrario al arraigo a lo extranjero.
Y luego los problemas denominados “torales” del país; la multicausalidad de las migraciones, el analfabetismo, la deserción escolar, la pobreza, todo es una cadena, es decir, una Honduras arruinada y por añadidura alienados. Como decirlo mejor, no se puede dar oportunidad al “milagro”, es decir, como que “nos quedan tan solo unas pocas moneditas, apostémoslo todo al milagro”. No es de este modo que se salva a la patria. Sueño en un mundo donde la esperanza acabe con el miedo, sueño ver mi país con más bibliotecas, más educación, más cultura (palabras del presidente de Brasil).
Ya no quiero ver charlas o foros desgastados de los temas de siempre, ofreciendo más de lo mismo, debemos encontrar un sentido, un elemento unificador, cohesionador sobre lo que nos hace ciudadanos amantes de nuestra querida Honduras. En el reverso de nuestra vida ciudadana hay una verdad más intensa que esta que traemos de afuera. Llego a la conclusión de que vivimos dos verdades, una ficticia que percibimos, y otra real que apenas alcanzamos a vivir por causa del desapego a lo verdadero.