Cartas al editor

Los paupérrimos

Con nada naces y nada te llevas, así decía mi abuelo, por eso nada le dejó a mi padre, aparte que tampoco tenía mucho que dejar, unas cuantas parcelas y unos cuantos animalitos, y como mi padre murió de repente, y mi madre no supo administrar aquello que no sé si hubiera sido suficiente para 11 hermanos, contándome a mí, nos tocó siempre saber educar el estómago, porque a la escuela no es que íbamos tan seguido, además, en Villa Ilusiones la vida se tornaba más dura con los cambios de autoridades, entraba un gobernador y nos dejaba más pobres, y entraban y salían cada cuatro años y ya solo vivíamos de la fe, pues a pesar de que para mí, que me he leído unos cuantos libros, la religión solo sirve para dividir a los hombres, en esta región los milagros aún son posibles, o al menos el sacerdote eso nos hace creer.

Los ricos no entrarán en el reino de los cielos, eso repite seguido los domingos en las misas, mientras que a nosotros que nos falta el pan en la mesa, allá en el paraíso tenemos ganado un banquete.

Fue así como crecí y empecé a trabajar desde los 14 años, y recuerdo bien cuando compré mi primera bicicleta, mi patrón me la compró y me la descontaba de mi trabajo, estuve un año con cabalidad para poderla pagar, ni un día más ni un día menos, trabajaba de siete de la mañana a cuatro de la tarde, pero ya me había comprado algo con el sagrado sudor de mi frente, y así a como iba el paso del tiempo no todos podían tener una bicicleta.

En diciembre yo esperaba que mi primo se acordara de mí y me mandara la mudada, entonces el mero 24 de diciembre mi madre enfermó gravemente y nos quedamos huérfanos, yo ya había cumplido los 21 años, y la mayoría de mis hermanos me necesitaban.

Busqué un coyote, me preguntó cómo le iba a pagar, y aquel hombre supo en mi mirada que nada tenía. Vámonos, dijo, los pobres solo tienen la vida para pagar sus deudas y, a veces, tampoco les alcanza (cuento).