Hace 65 años, en las escuelas de Tegucigalpa, dentro del Programa Cívico, de la celebración del 30 de mayo, se incluía siembra de arbolitos en el histórico sitio del cerro Juana Laínez, reconocido como el Monumento a la Paz, en donde los alumnos desfilábamos para la siembra de los arbolitos.
El pino, como árbol nacional y por antonomasia, todos los árboles de la flora hondureña, eran sublimados con alegres programas cívicos en todas las escuelas, recordando al universo de árboles de la tierra hondureña, bosques, selvas, parques, en fin por todas partes; arboles de madera dura, como el carreto; de gran grosor como los guanacastes, ornamentales, tradicionales, como los amates; árboles de maderas preciosas: cedro, caoba, etc.
Los enemigos de los bosques, animales silvestres, manantiales, escenarios naturales y de los recursos naturales son los incendios forestales y, detrás de ellos, la ignorancia de los pirómanos diseminados por todo el país y que han continuado con la destrucción de las riquezas naturales.
De la pluma del insigne poeta hondureño, el “divino”, Juan Ramón Molina, extraemos los siguientes versos:
“A un pino”:
“Oh pino, de mi tierra.
En el monte en la cima culminante.
Alzas tu copa rumorosa y verde.
Meciéndote al impulso de los aires.
¿Cuántos años hará que no se atreven.
Los rayos de las nubes a tocarte…
Como a los compañeros de tu infancia.
Calcinados por el suelo yacen?
El cantor al río Grande, escribió: “Sacudo, amado río, tu clara cabellera. Eternamente arrulla mi nativa ribera.
Ven a confundir tu risa con el rumor del mar. Eres mi amigo.
Bajo tus susurrantes frondas.
Pasó mi alegre infancia, mecida por tus ondas.
Tostada por tus soles mirándote rodar…”.
Ahora, son árboles que acompañan la efigie del poeta.
En el parque umbrío de La Libertad, de su ciudad amada de Comayagüela.