Cuando era pequeño, mi padre solía decirme: Hay tiempo para todo en esta vida, tiempo para jugar y tiempo para estudiar, y es porque a todo niño le gusta solamente el tiempo de jugar.
Sin embargo, cuando uno va creciendo se va dando cuenta de que realmente debemos aprender a administrar nuestro tiempo. El sabio rey Salomón, en el libro de Eclesiastés, menciona los diferentes tiempos que un ser humano atraviesa en la vida.
Hay tiempo para nacer, y lamentablemente hay un tiempo en el cual un ser amado y nosotros mismos partiremos hacia la eternidad.
Hay tiempo de matar; a lo mejor, algún momento vergonzoso de tu niñez aniquiló tu vida, pero hay un tiempo para curar tu alma de cualquier infortunio marcado en tu historial de vida.
Hay tiempo de llorar; seguramente transcurriste el valle de sombra de la infidelidad, que te dejó hundida en el foso del dolor sin salida; por otra parte, hay tiempo para reír; el sufrimiento no es permanente, algún día le reirás a la vida por cada batazo que te dio. Hay tiempo para buscar y tener a alguien a quien amar, pero incluso, hay tiempo para dejar ir lo que amamos y no nos hace bien.
Existe el tiempo donde guardamos en el tesoro del corazón el odio, el rencor, la tristeza, hacia algo o alguien que nos dañó, pero hay tiempo para desechar todo aquello que no nos viene bien y nos enferma el alma. Hay tiempo de romper; tal vez te sientes sin valor o menospreciado por tus padres y eso te rompe el corazón cada día, pero ten en cuenta que hay un tiempo para coser, y en este tiempo, Dios coserá y sanará cualquier herida o llaga que esté impregnada en tu interior.
Tiempo de callar; has vivido una vida sin amar, elegiste callarte por lo que tu cuerpo sufrió mientras alguien abusaba de él.
Sea en el tiempo que te encuentres, Dios estuvo, está y seguirá estando en cada una de tus temporadas.