Opinión

Amor y conocimiento

Un día coincidiremos todos en que la raíz de las crisis hondureñas, la causa de su degradación social, el motivo generador de su violencia, es que jamás nos enseñaron a vivir en amor, a conocer y practicar el amor, a arrancarle la pátina de afeminamiento que el machismo le impone al simple acto de pronunciar la palabra amor. No existe en ningún gobierno, según se sabe, un ministerio del amor y cuando se propone uno relacionado, como el de Venezuela dedicado a trabajar por la felicidad de la comunidad, la risa y el ridículo internacionales emergen espontáneos. Las iglesias se han apropiado del título y lo han convertido en lema, quizás para ratificar que el amor es espiritualidad, pero es lástima que abunden en amores a dios, al cielo y los ángeles pero no al hombre, que es con quien convivimos día a día y a quien hay que perfeccionar.

Aparte de que suponer que dios necesita nuestro cariño es barrabasada, invento humano, interpretación terrestre del más allá, del mismo modo que regresa hoy a la sociedad una antigua creencia medieval: la del temor a dios, como si este fuera vengativo y castigador, lo que no es sino otra proyección terráquea, intento de apresar la esencia y concretar lo inmaterial, y que frecuentemente conduce a errores.

Aunque tampoco existen ministerios del odio, eso son los de guerra y manipulación ideológica, tipo Goebbels. El sistema instruye a competir no con nobleza y lealtad sino con odio; los partidos políticos nos hacen abrevar, cual equinos, en las fuentes del odio al contrario, y el deporte mismo degenera cuando las barras acuden a la violencia para exaltar erróneamente lo que debía ser fiesta de equidad. Y acaso, ¿no es que cada ejército tiene su virgen patrona que lo protege?, ¿contra quien?... Contra el otro. Por lo que se deduce que si las vírgenes celestiales combaten entre ellas han de hacerlo igualmente con odio y sin amor.

Si educáramos a la juventud en el apego a los principios morales la estaríamos edificando en el amor, que es decir en el respeto. Respeto que demanda no traicionar la guía de los mayores. Respeto al propio cuerpo del joven para no dejarle entrar drogas y tóxicos, para que nadie lo use y para usarlo bien, lo que implica no prestarlo ni prostituirlo. Respeto a la comunidad ya que al mantener la vigencia de sus ordenanzas se asegura la pervivencia de la tradición patria y de la identidad. Respeto al pasado, pues aunque exhiba errores y virtudes, se descarta a aquellos y se aprende de estas. Sereno respeto al futuro, para lo cual es imprescindible que el joven conozca figuras nobles que le sirvan de referencia y ejemplo, los llamados “role models” y de quienes adoptamos lo positivo y lo integramos a nosotros mismos.

La estructura educacional de Honduras carece de propuesta de modelos pues a los que debían serlo —Valle, Morazán, Cabañas— los diluye en vulgar bruma de desconocimiento, de falsas anécdotas y leyendas, así como de ocultación. Los corruptos jamás exaltarán el brillo de honradez de Cabañas, ya que solo con esa comparación resaltaría a luz pública el cuadro de sus fechorías.

Y conclusivamente, respeto al amor mismo. Si el adolescente entendiera que uno es amor y otro sexo, y que aunque rabien las iglesias el humano tiene derecho a celebrar ambos juntos o separados (clérigos y monjas ¿no son, supuestamente, amor sin sexo?) y si se les proveyera la suficiente información científica, sin santurronazgos ni cursilerías, para permitirles adoptar sus decisiones, seguro que bajarían esos índices tan bestiales de embarazo de muchachas, de madres solteras y padres irresponsables, que no otro es el motor de tanta ira en que Honduras sucumbe.

O sea que si la gente supiera conjugar al amor probablemente olvidaría al verbo matar.

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