Clic. Una noticia en las antípodas. Clic. Un chisme de farándula. Clic. Dibujos animados de los años cincuenta. Clic (apago la televisión). Clic (enciendo la computadora).
Clic. Ubico el ícono del explorador de Internet. Clic. Veo mi correspondencia en el “buzón”. Clic. Clic. Clic. Clic. Escojo cuatro mensajes no deseados y Clic, los borro. Clic. Abro una carta de un amigo y la leo (responderé después). Clic (apago el ordenador).
Suena el teléfono. Clic, contesto y me llama una grabación de una casa comercial que ofrece ofertas. Clic. Cuelgo. Está atardeciendo. Clic (enciendo la lámpara).
Tengo hambre y abro la refrigeradora, tomo un recipiente de plástico y lo llevo al microondas. Clic. Clic. Clic. Clic. Unos minutos después, mi comida está caliente. Clic (cambio de párrafo).
Hoy, todo está a un clic de distancia. La información que atraviesa husos horarios, la diversión que guarda un aparato de reproducción de imágenes o música, la remisión de un documento de trabajo, el dinero en un cajero automático.
Poco a poco, la tecnología ha venido colocando al alcance de nuestros dedos, diversos aparatos que facilitan y vuelven casi instantánea la satisfacción de necesidades de la vida cotidiana.
El uso del tiempo libre, una tarea escolar o universitaria, las actividades más básicas del hogar, las comunicaciones en general. Lejanas quedaron las manivelas, los manubrios, las palancas, las perillas y las bielas.
Con mínimo esfuerzo y una dosis de motor fino, basta saber qué oprimir y ¡listo!
Días atrás debí llenar una credencial elaborada en una pequeña cartulina, viéndome obligado a buscar y desempacar la vieja máquina de escribir manual que tenemos en casa. Al extraerla de su estuche, el aroma a cinta entintada llenó mi mente de recuerdos. Hacía varios años que no escribía con ella.
Al insertar la cartulina en el rodillo -todavía aceitado y funcional- dudé un poco al pulsar la primera tecla, pues debía hacerlo con fuerza y determinación si quería que el tipo imprimiera esa primera letra.
Fue hasta entonces que me percaté de que mis dedos se habían malacostumbrado tanto a los suaves clics de los aparatos modernos, que debía avanzar con lentitud para asegurarme de que oprimía bien cada una de los botones del teclado.
Lo fácil que es comunicarse ahora para algunos de nosotros (con un clic) nos ha convertido en personas impacientes. ¿Cuántas veces no hemos recibido un reclamo “por nuestro silencio” tan solo porque no hemos remitido respuesta a un correo electrónico en un par de horas, o a un mensaje por teléfono móvil en unos minutos? La rapidez del flujo de datos es tan abrumadora, que no hacer clic al “tuiter” nos convierte en “desinformados”. Un clic nos hace sujetos de crédito o seres invisibles.
Confieso por ello que, dudando como escribir esta onomatopeya, acudí al Diccionario. Con un clic descubrí que la grafía es correcta y que -efectivamente- sirve para reproducir sonidos, como el de pulsar un interruptor y el de apretar el gatillo de un arma. Hoy, hasta la vida misma, pende pues de un clic. Clic. Clic. Clic. F-I-N.