He iniciado estas líneas al menos cinco veces, tratando de encontrar las palabras e ilación más apropiadas. Una y otra vez he borrado, he escrito de nuevo y vuelto a borrar, hasta lograr lo que es aceptable para la sintaxis de nuestra lengua. En el proceso, me he imaginado si hiciera lo mismo escribiendo a mano o con una máquina de escribir. Viajando al pasado, me he visto arrancando páginas enteras de un bloc de notas, tachando frases enteras con bolígrafo, colocando sobre el rodillo una hojita correctora, o peor aún, suprimiendo fallas con aquellos infames borradores de escobilla (cuidando que no se rompiera el delicado papel).
Hoy, dos maravillosas teclas de la computadora evitan manchas de tinta, de líquido corrector y sucio sobre la mesa de trabajo o la destrucción irremediable de nuestros documentos. Gracias a los adelantos de la informática es tan radical y aséptico el proceso de corrección que, tal como ocurre con las páginas de un libro impreso, usted nunca sabrá qué había antes sobre este espacio que ahora está leyendo.
Corregir palabras y frases enteras es normal durante la elaboración de un texto. Cuando uno mismo lo hace, es parte del proceso creativo. Pero a veces son otros quienes quitan y ponen, a pedido nuestro o por exigencias de las circunstancias.
En el primer grupo se incluyen personas de nuestra confianza (parientes, amigos, mentores) a quienes entregamos un borrador, confiados en su indulgencia. En el segundo, se cuentan los que lo hacen con mayor severidad y como parte de su trabajo, como los profesores de castellano en el colegio o los correctores de pruebas o textos y de estilo de una casa editora.
No es fácil corregir los textos que otra persona redacta.
Requiere firmeza y tacto, como me demostraron hace varios años mi padre y una recordada maestra universitaria. Uno se 'enamora' de sus escritos, cual si fueran 'hijos', y usualmente a nadie le gusta que un extraño increpe a sus retoños (iba a escribir 'regañe', pero hubiera sido cacofónico). Cuando se trata de un corrector de pruebas es más delicado, pues este debe evitar posibles errores tipográficos, faltas de ortografía o errores de transcripción. Los de estilo lo tienen aún más difícil con las faltas de concordancia, el uso de barbarismos, redundancias, etc., debiendo observarse mucho cuidado en no modificar el significado del contenido.
Hace unos días en uno de nuestros artículos, el omnipresente y acucioso corrector de pruebas de estas páginas rectificó la palabra 'sprays' (que yo empleara a la ligera en vez de 'aerosol') por 'espráis'. Dado que la Real Academia Española anticipa ya que esta versión castellanizada del anglicismo aparecerá en su vigesimotercera edición, no me queda más que agradecer y aceptar en buena lid esa enmienda que 'limpia, fija y da esplendor'.
Rescatar del anonimato esta útil corrección es nuestro humilde y tardío homenaje a quienes celebran su día internacional cada 27 de octubre, fecha del nacimiento del gran humanista holandés Erasmo de Rotterdam, clérigo e ilustre corrector de pruebas.