Por SADIE STEIN / The New York Times
No hay dos días iguales para Benoît Gallot, cuyo cargo desde el 2018 ha sido curador del histórico Cementerio Père-Lachaise, en París, lugar de descanso predilecto de los grandes y nobles de Francia.
Podría manejar una reunión de equipo, negociar la venta de un terreno familiar, supervisar una exhumación delicada, preparar el entierro de una celebridad, explorar locaciones con un director de cine o recibir a un visitante descontento.
Y firmar documentos. Más y más documentos. Está de sobra decir que Gallot lo hace todo impecablemente arreglado.
Gallot, abogado de formación, puede añadir a sus responsabilidades la de estrella de Instagram y, ahora, autor. Su primer libro, “La vida secreta de un cementerio: La naturaleza salvaje y encantadora tradición del Père-Lachaise”, es una oda a la historia y la biodiversidad del hogar adoptivo de su familia: él, su esposa (inicialmente recelosa, hoy consultora funeraria) y sus cuatro hijos viven de tiempo completo en los terrenos de 45 hectáreas del Père-Lachaise.
“Para ellos, vivir en un cementerio es normal”, dijo Gallot recientemente vía videoconferencia. Criado en una familia de marmolistas funerarios, el entorno nunca le ha parecido mórbido.
El Père-Lachaise es el cementerio más visitado del mundo —y hogar de los terrenos más difíciles de conseguir. La última morada de Colette, Eugène Delacroix, Isadora Duncan, Honoré de Balzac, Sarah Bernhardt, Georges Bizet, Abelardo y Eloísa, e innumerables figuras destacadas del Gobierno y el Ejército francés, sus verdes terrenos atraen a turistas, grupos escolares, peregrinos y simples dolientes de todo el mundo.
Fue durante la pandemia —incluso al tiempo que cadáveres aparecían a diario a las puertas— que la familia de Gallot llegó a apreciar plenamente el peculiar privilegio de vivir en uno de los espacios verdes más bellos de París, una alegría que él busca compartir con el lector.
La mayoría de los mausoleos sigue siendo privado; si no se renuevan los contratos de arrendamiento familiares, los restos se trasladan discretamente al osario. Aunque Gallot habla con convicción de la satisfacción de brindar consuelo a las familias en duelo (supervisa aproximadamente mil entierros al año), es de suponer que a menudo se requiere mucha discreción en tales situaciones.
También está la cuestión de acomodar a múltiples generaciones en un espacio finito, a menudo históricamente protegido, al combinar antepasados, agregar estantes a las tumbas neogóticas e introducir ataúdes nuevos cuando los ocupantes anteriores han hecho la inevitable transición al polvo. El veto a ciertos árboles junto a las tumbas no es puramente estético; hay que tener en cuenta las raíces. Como escribe Gallot: “La escasez debe manejarse con cuidado”.
No siempre fue así. Cuando abrió en 1804 como el primer cementerio municipal de la Ciudad, diseñado para mejorar la salud pública, el Père-Lachaise atrajo sólo a 13 clientes. No todos los parisinos estaban dispuestos a adoptar el secularismo de Napoleón; aunque la propiedad en la ladera podría haber sido bautizada en honor al confesor de Luis XIV, el recién nombrado emperador había declarado que “todo ciudadano tiene derecho a ser enterrado independientemente de su raza o religión”, y los católicos estrictos desconfiaban de terrenos no santificados. (Una sección judía se inauguró en 1810; el recinto musulmán, el primero en Francia, se inauguraría en 1857).
La popularidad del cementerio tiene sus pros y sus contras: los deudos no siempre desean encontrarse con excursionistas que acarician la entrepierna de bronce del legendariamente viril periodista Victor Noir; o un grupo de visitas guiadas que rinden ruidoso homenaje a Maria Callas; o los notoriamente escandalosos obsesionados que acuden en masa a la División 6, donde está enterrado Jim Morrison, el líder de The Doors. Las peticiones por parte de investigadores paranormales, con la esperanza de monitorear la situación espiritual durante la noche, son una molestia constante.
Gallot pasea a diario entre los monumentos, y siempre que puede, se dirige a su zona favorita —las Divisiones 28 y 29, pobladas principalmente por figuras militares de la época napoleónica olvidadas hace mucho tiempo— que describe como “absolutamente serena”.
Su profesión, dijo, no ha cambiado su relación con la muerte, sino todo lo contrario. “¿Mi relación con la muerte? No”, dijo. “Lo que ha cambiado es mi relación con la vida”.
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