Tegucigalpa, Honduras.- ¿Te contaron que si barrés de noche atraés la pobreza? ¿O que María Magdalena fue prostituta? ¿O que comer carne en Semana Santa es pecado? Estas y muchas otras afirmaciones circulan desde hace generaciones, muchas veces sin que nadie cuestione su origen.
Lo que antes se compartía de boca en boca, hoy se multiplica con un solo clic en redes sociales. Así es como las mentiras tradicionales se transforman en desinformación viral.
A lo largo de la historia, las sociedades han construido relatos que, aunque carentes de evidencia, se instalan como verdades culturales.
Estos relatos (ya sean mitos, leyendas o interpretaciones erróneas de hechos históricos o religiosos) cumplen funciones sociales: educar, advertir, disciplinar o transmitir valores. Sin embargo, cuando estas narrativas no son verificadas, pueden derivar en creencias falsas profundamente arraigadas.
Con la llegada de internet y las redes sociales, muchos de estos mitos encontraron un nuevo ecosistema para prosperar.
“La diferencia entre lo oral y lo digital es la velocidad y el alcance”, explicó Stephany Pineda, analista en desinformación.
“Una historia que antes tardaba años en consolidarse en una comunidad, ahora puede llegar a millones en minutos”, agregó.
Uno de los ejemplos más claros de este fenómeno es el paso de mitos religiosos a desinformaciones virales. “Muchas de las ideas erróneas que vemos en Semana Santa (como que Judas nació sin ombligo o que la resurrección fue en domingo literal) vienen de interpretaciones populares, no de los textos sagrados”, comentó un feligrés.
La cadena es clara: una tradición se convierte en creencia popular; luego, se transmite oralmente; más tarde, se simplifica o distorsiona; y finalmente, alguien la sube a internet con formato de noticia, meme o video corto.
Si el contenido tiene apariencia de autoridad (como usar el diseño de un medio de comunicación o incluir un versículo), se viraliza con facilidad.
Este ciclo también se alimenta de la autoridad familiar o comunitaria. Si un abuelo, un docente o un líder religioso repite un mito, pocos se atreven a cuestionarlo. Pero, como explican los especialistas, la tradición no es sinónimo de verdad.
Por eso, los periodistas verificadores insisten en un principio fundamental: no toda creencia es desinformación, pero toda afirmación merece ser verificada. Y más aún en tiempos donde una simple publicación puede desinformar a miles.
Las mentiras tradicionales no nacieron con internet, pero hoy se amplifican con algoritmos. Pasaron de la sobremesa al WhatsApp; del sermón a TikTok. Verificarlas no significa perder identidad ni atacar la fe: significa construir una sociedad más informada.