En medio del progreso y la urbanización de la gran ciudad, con sus edificios, puentes a desnivel, calles pavimentadas y centros comerciales, existe un contraste que cada día es mayor a la vista: el ambiente rural.
En pleno siglo XXI en algunos espacios de la capital palpita la esencia de los pueblos.
Este “toque” lo imprimen los ciudadanos provenientes de tierra adentro ya establecidos en la capital, que aún conservan las costumbres de sus lugares de origen.
Es por eso que no es extraño ver por las calles de asfalto a un campesino al paso de su bestia cargada de leña o leche, o descubrir en angostos patios pequeñas milpas y otros sembradillos propios de las aldeas del interior del país.
Costumbres rurales
La ciudad está llena de esos encantos que la hacen diferente, pues en ella conviven lo urbano y lo rural, lo moderno y lo antiguo.
Antes de las 4:00 de la mañana, María Dominga Pavón Godoy se pone en pie para realizar las labores domésticas de su hogar, desde lavar, barrer y cocinar hasta cuidar a los nietos.
La señora de 71 años, quien reside en la colonia San Miguel, es originaria de la comunidad de Monte Grande, municipio de Sabanagrande, Francisco Morazán, y siendo una niña se vino a vivir al Distrito Central.
Han pasado los años, pero doña Minguita, como cariñosamente la llaman, no ha renunciado a muchas de las costumbres heredadas de su madre.
Una de estas es colocarse el blanco delantal para realizar los quehaceres del hogar y la de cocinar los alimentos en su blanco fogón revocado nítidamente con cal.
Aunque le digan que se “modernice” y utilice la estufa eléctrica de cuatro hornillas que le regalaron sus hijos un Día de la Madre, mil veces prefiere el calor de su fogón alimentado con leña y ocote que ella misma se levanta a “hender”.
“Esta es mi costumbre, yo cocino en el fogón, lo heredé de mi madre, la comida se mantiene caliente a toda hora y el sabor es más bueno”, comentó la señora mientras freía unos chispeantes chicharrones.
Para el caso, el café prefiere hacerlo colado en la bolsa de manta y en la cafetera de aluminio que en una moderna percoladora.
Ella es de las personas que prefiere moler el maíz o nixtamal para preparar las tortillas en su molino de mano, o picar verduras frutas, carnes entre otros sobre la artesa o una mesa.
A lomo de bestia
¿Cuál coche o vehículo 4x4?, don Marcos Ponce, vecino de la comunidad de Agua Blanca, es de los que prefiere hacer los mandados a bordo de Pichingo, su manso borrico, y sobre el aparejo colocar las compras que durante al menos tres días a la semana lleva del centro de la ciudad a su hogar.
Él es uno de los 42 mil capitalinos que según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) ingresan a la ciudad y construyen sus hogares en los barrios marginales.
Y es que esta es otra de las costumbres que no desaparecen en la capital. La prueba es que en colonias como la Kennedy, Víctor F. Ardón, Miraflores, residencial Plaza y Bernardo Dazzi, entre otras, aún se reparte la leche a lomo de bestia en un recipiente metálico y se vende por litro.
Pero esta tradición no es la única. Aunque hace 50 años que las lavadoras eléctricas llegaron para hacerle la vida más fácil a las amas de casas, no todos tienen acceso a una.
Eso es lo que ocurre con Dilcia Isabel Hernández, una madre de familia que a diario lava la ropa de sus hijos en una piedra sobre una quebrada de aguas cristalinas que pasa por la zona, tal como lo hacía en su natal Reitoca.
Dilcia Isabel forma parte del 56 por ciento de los capitalinos que subsisten con un ingreso de 4,329 lempiras al mes, según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).