Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: Un viejo misterio

Lo bueno se presume, lo malo hay que probarlo...
05.11.2023

PRIMERA PARTE
GIUSEPPE SCALICI. Desde hace mucho tiempo he deseado hacer un homenaje especial a mi buen amigo, el doctor Giuseppe Scalici, escritor de oficio y odontólogo de profesión, y a quien se le considera uno de los mejores autores de la Honduras de hoy. Para él estas líneas en honor a su maravilloso oficio de “escribidor”, de contador de historias, de creador de sueños. Y en honor, también, a su amistad de tantos años, y a su afición por los casos de Carmilla Wyler.

Leyendo su premiada novela “Tres”, escarbé entre los casos que he ido acumulando con el paso del tiempo, y encontré este, al que he titulado “Un viejo misterio”...

Hace ya mucho tiempo, en una colonia de clase alta de Tegucigalpa, sucedió algo que estremeció a muchas personas, y que se convirtió en secreto que pasó de boca en boca, y en silencio, hasta que fue quedando en el olvido. Fue algo que “tuvieron” que callar los medios de comunicación, a solicitud expresa de “alguien poderoso”, quien, además, habló personalmente con el presidente Rafael Leonardo Callejas para que le ayudara a que los agentes de la Dirección de Investigación Criminal (DIC) llevaran la investigación del caso en el más completo silencio y con la más fina prudencia. El presidente, por supuesto, le hizo ese favor a su amigo. Pero, ¿qué es lo que había pasado en aquel apartamento? ¿Por qué había tantos policías y militares desviando el tránsito de personas y de vehículos, mientras los agentes de la DIC trabajaban apresuradamente? ¿Por qué se les pidió, mejor dicho, se les ordenó a los reporteros y periodistas para que buscaran noticias en otra parte? ¿Cuál era aquel misterio que “alguien” quería mantener en el absoluto secreto?

“Llegamos a la escena -me dijo el agente a cargo del caso-, y ya íbamos advertidos de que no podíamos hablar ni siquiera entre nosotros mismos si el fiscal no nos daba permiso. Ningún comentario, nada que no tuviera que ver con la escena... Y todos estábamos bajo amenaza de despido si desobedecíamos aquella orden... Hoy, al recordar, confirmo una vez más que el poder político y económico son uno solo, y que nada ni nadie se puede levantar contra eso en la faz de la tierra... Por desgracia, es así, y así será hasta el final de los tiempos”.

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Después de una pausa larga, en la que fuimos desempolvando las hojas casi amarillas del expediente, al que le faltan algunas partes, sobre todo las fotografías, y en las que están tachados con tinta negra algunos nombres, el antiguo agente de investigación de homicidios de la DIC, agregó:

“Era una escena horrible. Había sangre por todas partes, especialmente en el dormitorio principal. Sangre en el baño, sangre en la sala, en la cocina, en los muebles, en la mesa del comedor... Y todo estaba en desorden, empezando por el dormitorio... Y en el centro de la sala, tirado boca abajo, a un lado de la mesita del centro, que estaba tirada patas arriba, estaba el cuerpo... Era el cuerpo de un hombre joven, de unos veintiséis años, tal vez; de piel blanca, alto, fornido y que debió ser bien parecido. Y digo esto, porque la máscara de la muerte deformó su rostro, dándole a sus ojos, que estaban abiertos, esa mirada de terror que muchas veces no se puede describir. Y ese mismo terror dominaba su semblante, bañado en sangre”.

Hizo una pausa, como para descansar, y luego, agregó:

“Uno de sus brazos estaba extendido hacia adelante, y debajo de él había un lago de sangre. Detrás, había huellas, las huellas que deja alguien que se arrastra con desesperación buscando escapar de la muerte que, de improviso, ha caído sobre él, y de la forma más despiadada... Estaba desnudo, y tenía al menos veinte heridas de cuchillo en la espalda y en la parte de atrás de los brazos. Y para nosotros estaba claro de que, al recibir las primeras cuchilladas, trató de escapar de su asesino, refugiándose en el baño; pero, de nada le sirvió. Estaba condenado. Seguimos las huellas de la sangre, y vimos pisadas de pies descalzos, y de pies calzados con zapatos deportivos que salían del baño e iban hacia la cocina. Y había gotas de sangre. Estábamos seguros de que la víctima corrió hacia allí buscando la salvación, pero su asesino lo había dominado ya, y por la sangre que perdía, estaba más débil cada vez. Sin embargo, era un hombre joven, alto y fuerte, y resistió los ataques, tratando de defenderse, porque tenía heridas en las manos y en los antebrazos. Pero, de nada le sirvió. De la cocina, corrió, tal vez corrió, hacia la sala, donde, seguramente, tropezó y cayó, después de pelear con su atacante, a juzgar por el desorden que encontramos en la sala. Incluso, la mesita del centro estaba volcada... Y aquí, el asesino siguió hiriéndolo con la misma saña del inicio, cuando lo atacó en el cuarto, donde, es casi seguro, que el hombre dormía boca abajo, desnudo como lo encontramos en la sala”.

Hizo una nueva pausa, y dándole vuelta a algunas hojas, dijo:

“Ha pasado tanto tiempo, pero todo está en mis recuerdos como si lo hubiera visto ayer... Es una de las escenas más horribles que vi en mi carrera como investigador de homicidios, casi tan horrible como aquella en que encontramos el cuerpo desnudo de una mujer, a la que le habían cortado la cabeza y la habían puesto en una mesa, con los ojos abiertos. Este caso lo resolvimos, por supuesto, y fue impactante para nosotros darnos cuenta que fue el propio hijo el que la había raptado, torturado, decapitado y violado”.

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Realidad

Es una gran verdad que todos aquellos que trabajan cerca de la Muerte llegan a ser víctimas, en parte, de los crímenes, de los hechos trágicos o de las enfermedades que combaten. Y esto es porque son seres de carne y hueso, con sentimientos y emociones que son susceptibles de ser influidas negativamente por los hechos en los que se ven involucrados. Por desgracia, no existe en la Policía Nacional un programa que prepare a los agentes ante estos efectos negativos, como no existe un sistema que ayude a “limpiar” de horribles impresiones los ánimos y la psique de su personal. Y digo esto porque he sido testigo de la herencia que dejó en muchos agentes su experiencia cercana a la Muerte. Hay quienes tienen pesadillas, otros que odian a los criminales, algunos que detestan su trabajo como investigadores, y unos más que creyeron encontrar en el alcohol y las drogas un calmante para los recuerdos más siniestros. Por supuesto, hay quienes, creyendo combatir el Mal, aprendieron a hacer el mal, aun vistiendo el sagrado uniforme de la Policía Nacional. De todo hay en la viña del Señor.

Así, pues, aquella escena era demasiado sangrienta para ser descrita en detalle.

“Estábamos claros de que el asesino actuó con odio -sigue diciendo el agente-; pero había algo que nos intrigaba; algo que nos llamaba la atención. Y era que las huellas de los zapatos deportivos, marcadas con sangre de la víctima en el piso, eran pequeñas... Por supuesto, no eran las huellas de los zapatos de un niño, pero eran pequeñas. Y estaban bien marcadas en algunas partes, lo suficiente como para saber el número... Seis y medio... Tal vez siete. Y, por la marca que dejaron las plantillas, podíamos decir que no se trataba de una persona pesada... Y, aun así, pudo someter a aquel hombre que medía unos ciento ochenta centímetros de estatura, que pesaba unas ciento setenta o ciento ochenta libras, y que, además, era amigo del gimnasio, a juzgar por los músculos que se le notaban bien esculpidos... Entonces, ¿quién era el asesino? Era igual de importante, ¿quién era el muerto? ¿Cómo había entrado el asesino al apartamento?

¿Cómo entró al edificio? Y estamos hablando de un edificio nuevo, de muchos pisos, con ascensores, guardias, estacionamiento subterráneo... Por desgracia, en aquellos días no había cámaras de vigilancia, o no las habían instalado en el edificio; pero el guardia de seguridad que hacía turno en la entrada al parqueo, debió ver algo, y lo que nos dijo cuando lo entrevistamos era que esa noche él estaba con disentería, por unas sardinas con arroz y cebollas que se había comido, y que tuvo que ir al baño muchas veces, “y que, como allí nunca pasaba nada malo, dejó la tranca levantada, aunque no se acordaba desde qué momento, porque la diarrea no lo dejaba en paz”.

Volvió el antiguo agente de la DIC a la primera página, y señaló los nombres borrados con tinta.

“Estos nombres los tachó el fiscal -dijo-, y en las copias no se puede ver nada en el fondo... Por eso, nosotros estábamos en la ignorancia de quién era la víctima... Pero, el que es policía ha de ser policía siempre, y a mí me picaba el gusanito por saber más de aquel caso... Y, solo, porque teníamos prohibido hablar de eso, me hice algunas hipótesis: Estábamos en un edificio de lujo, en un apartamento de alguien de clase alta. Averiguamos, y uno de los guardias nos dijo que aquel hombre llegaba siempre en taxi, vestido con ropas deportivas, como si viniera saliendo de un gimnasio, y que todos lo conocían porque era visita normal del dueño del apartamento”.

“Y ¿quién es el dueño del apartamento?”

“Pues, nombres no sabemos, señor; allí todo el mundo guarda su privacidad, y a nosotros no nos interesa saber quién es quién”.

El exagente de la DIC sonrió.

“Aquello me dio más ganas de meterme donde no me llamaban -dijo-; y, sin decirle a nadie, fui al Registro de la Propiedad... El apartamento estaba a nombre de un hombre... Y al saberlo, sentí que se me detenía la sangre en la cabeza... Me fui de allí, y, por dos semanas enteras, no quise recordar nada más de aquel asunto... Si alguien se daba cuenta de que yo andaba metiendo la nariz donde no debía, lo más seguro era que me corrieran, y, peor todavía, que me mandaran a matar...”

CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA.

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