Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: Un crimen casi perfecto

¿Hasta cuando la maldad seguirá envenenando el corazón humano?
12.05.2024

RESUMEN. Un anciano es llevado a las oficinas de la Dirección Nacional de Investigación Criminal, (DNIC), en el barrio Villa Adela, en Comayagüela. Los agentes de la sección de homicidios quieren saber si él tiene algo que ver con la desaparición de su yerno, un hombre llamado Manuel. El anciano responde a las preguntas, casi sin saber lo que dice, aunque recuerda a su hija María, quien murió ahorcada en un granero. El señor está seguro de que su hija María no se suicidó, sino que Manuel la mató. Y ahora Manuel ha desaparecido. Cuando lo fueron a buscar, solo encontraron el atado en el que llevaba el almuerzo de ese día. Su padre y dos de sus hermanos, fueron a la Policía a denunciar su desaparición. Siete días después, no sabían nada de él.

Crímenes: Por el camino de la muerte

DON CANUTO

Sentado en una silla de metal, apoyado en su bastón, don Canuto escuchaba al agente con esa atención respetuosa típica de la educación de otros tiempos.

“Don Canuto -le decía-, queremos saber dónde está Manuel, su yerno”.

“¿Mi yerno?”.

“Sí, el esposo de su hija María”.

“Ah, mi hija... Sí... Yo tengo una hija que se llama María... Pero ella ya no vive conmigo...”.

“¿Sabe dónde está su hija María?”.

“¿Cuál hija?”.

“María, su hija...”.

“Ah, sí... Mi hija”.

Don Canuto se quedó en silencio por largo tiempo. Su mirada estaba fija en la pared de enfrente. Se había desconectado de la realidad una vez más. Los agentes no sabían qué hacer o qué más decir.

“¿Desde cuándo pasa eso con su papá?” -le preguntaron a uno de los hijos que lo acompañaba.

“Hace ya unos cinco años... El doctor dice que es cosa de la edad; pero desde hace unos diez meses ha empeorado... Platica con uno, y de repente se queda en blanco... Así como está ahorita...”.

“Ustedes saben que odiaba a su yerno, ¿verdad?”.

“Sí, señor... Todos lo odiábamos... Por lo de mi hermana María”.

“¿Están seguros de que Manuel la mató?”.

“Si no fue él, alguien tuvo que haberla matado, señor... Ustedes mismos comprobaron que el mecate con el que se ahorcó mi hermana tenía pruebas de que lo habían arrastrado en la viga, y lo más seguro fue cuando subieron el cuerpo de mi hermana...”.

“Sí, señor; todo eso lo sabemos”.

“Y mi papá siempre ha creído que fue Manuel...”.

“La Policía no pudo probar que él tuviera algo que ver con la muerte de su hermana... Dijo que había platicado con ella en el camino real, y que la dejó allí porque ella se puso violenta...”.

“Es que a mi hermana como que le pasaba algo malo en la cabeza... Era bonita, pero creo que no era completa”.

En ese momento, don Canuto volvió a la realidad.

“Mi María estaba enferma -dijo-. Ella se golpeó la cabeza cuando era niña, y desde allí quedó mal... Paro no era para que me la mataran... No señor...”.

“Don Canuto -le dijo el agente-, ¿cuál fue la promesa que le hizo usted a su esposa cuando murió su hija María?”.

“Mi hija María... Sí... Mi hija... Era igualita a su mamá... Y me la mataron, fíjese... Ese mal hombre...”.

“¿Quién es ese mal hombre, don Canuto?”

“Manuel... mi yerno... Tuvieron tres niños... Tres... O cuatro... No sé... Yo no los conozco”.

Los agentes miraron a los hijos de don Canuto.

“Así es -dijo uno de ellos-. A veces dice cosas que no... Los hijos de mi hermana viven con él... Bueno, con él y con mi mamá, cuando ella vivía. Ahora los tenemos nosotros”.

Crímenes: En carne propia

LOS HIJOS

“Nosotros queremos saber qué fue lo que pasó con Manuel” -dijo el agente a cargo del caso.

“Nosotros no sabemos...”.

“Su papá lo odiaba”.

“Nosotros también”.

“Creemos que alguien esperó a Manuel en el camino real, cuando iba hacia la milpa, que lo golpearon con fuerza, y que se lo llevaron para... matarlo en otro lado...”.

“¿Eso creen ustedes?”.

“Sí... Y aunque no estamos acusando a nadie, creemos que su papá sabe algo sobre lo que pasó con Manuel...”.

“Ah sí... Y fue por eso que lo trajeron hasta aquí, sabiendo que es un anciano que está enfermo y que no sabe lo que dice”.

“Creemos que, en uno de esos momentos de lucidez, don Canuto salió para cumplirle la promesa que le hizo a su esposa, la madre de ustedes, respecto a la muerte de su hija María”.

“Y ¿qué promesa es esa?”.

“Pues, que mataría al que mató a su hija...”.

“¿Mi padre?”.

“Eso creemos... Pero nos ayudaría mucho si él nos dijera algo lógico”.

“Hablen con él... Y si no le hallan nada, entonces déjenlo ir...”.

“No es que está detenido... No... Es que los padres de Manuel y sus hermanos, creen que don Canuto tiene algo que ver en la desaparición del muchacho; y ellos creen que está muerto...”.

“Y ellos creen que mi papá lo mató”.

“Así es”.

“Un anciano como él, que apenas puede caminar, y que está mal de la cabeza por su vejez...”.

“No tenemos más pistas...”.

“¿Ustedes creen que mi papá mató a ese miserable de Manuel?”.

“Es lo que queremos saber... Ya sabemos que ustedes no tienen nada que ver en la desaparición de su excuñado... Solo nos queda averiguar...”.

“¿Qué van a averiguar?”.

“Tal vez don Canuto sabe algo”.

Mientras ellos hablaban, don Canuto sonreía. Era una risa agradable, como si estuviera viendo a alguien muy querido.

Crímenes: Una dolorosa despedida

MANUEL

Una semana tenía de haber desaparecido. Su familia estaba segura de que don Canuto era el responsable de su desaparición, y, tal vez, de su muerte.

“¿Por qué están tan seguros de eso?”, les preguntó el detective.

“Porque ese señor fue sargento del general Carías allá por 1945... Y dicen que era malo... Y él está seguro de que fue Manuel el que mató a su hija María. Por eso”.

“Y, ustedes, ¿qué piensan?”.

“Que Manuel no le hizo nada a esa mujer... Manuel la quería, pero ella era como falta de la cabeza...”.

“Pero, don Canuto es un hombre de más de ochenta años...”.

“Ochenta y ocho, señor... Aquí todos lo conocemos bien... Dicen que las tierras que tiene se las regaló el general Carías antes de que se fuera de la presidencia... Tal vez fue por todos los liberales que mató...”.

Estaba claro de que los policías no sacarían nada de aquellas entrevistas. La verdad era que había dos crímenes. Una mujer que, supuestamente, se había suicidado. Un hombre, su esposo, que había desaparecido, y que, tal vez, estaría muerto. Y el principal sospechoso era un anciano de casi noventa años, con un pasado temible.

“¿Cómo pudo este señor atacar a su yerno, que era un hombre joven, y llevárselo del camino real hasta el lugar donde, posiblemente, le quitó la vida?”.

Esta pregunta se la hizo el detective, comentando con uno de sus compañeros.

“Es que ese hombre tenía que morirse -dijo, de pronto, don Canuto, interviniendo en la conversación, hablando con voz clara-. Tenía que pagar lo que le hizo a mi hija...”.

“¿Usted lo mató, don Canuto?”.

“¿A quién?” ¿A quién maté yo?

“A su yerno Manuel”.

“Ah, a mi yerno... Sí... Y a los enemigos de mi general... Pero fue porque tenía que hacerlo... La gente es que habla cosas...”.

“¿Usted mató a su yerno Manuel?”.

“¿Mi yerno? Ese hombre mató a mi hija... Y yo le prometí a mi esposa...”.

“¿Qué le prometió a su esposa? ¿Qué mataría a su yerno Manuel por haber matado a su hija María?”.

“Mi hija María...”.

El rostro del anciano se entristeció, bajó la cabeza y empezó a llorar. El fiscal, que estuvo todo este tiempo en silencio, intervino:

“Creo que no llegaremos a nada con este interrogatorio -dijo-. Para mí está claro que este señor sabe muy bien qué fue lo que pasó con su yerno; pero nada de lo que diga podrá sostenerse delante de un juez... Jamás podría aceptarse el testimonio de don Canuto, y un abogado va a ganarnos el juicio en un dos por tres”.

“¿Qué hacemos, entonces?”.

“Dejar las cosas así”.

“Pero, si usted mismo acaba de decir que está seguro de que él sabe más de lo que parece...”.

“Es más, hasta podría decir que fue él el que lo atacó y se lo llevó... ¿Cómo lo hizo? No lo sé; pero creo que él es el culpable de la desaparición y la muerte de su yerno...”.

“Y, si usted cree eso, abogado, ¿qué piensa hacer?”.

“A ver... Hable con don Canuto”.

El detective se volvió hacia el anciano.

“Don Canuto, ¿dónde dejó el cuerpo de Manuel, su yerno?”.

“Ah, Manuel... Sí... Ya duerme con mi hija y mi esposa... Ya están dormidos...”.

NOTA FINAL

Los agentes y el fiscal tardaron en entender lo que les acababa de decir don Canuto. Un mes después fueron al cementerio de la aldea. Encontraron tierra recién removida cerca de la tumba de María, y a tres pasos de la de su madre. Cuando quitaron la tierra, encontraron un cuerpo en estado de putrefacción. El forense dijo que tenía un golpe en la parte de atrás de la cabeza. El cráneo estaba fracturado. Tenía una soga alrededor del cuello. ¿Quién lo mató? Nadie lo sabe todavía. Don Canuto murió seis meses después. Sonreía siempre, y jamás volvió a decir algo coherente

HONOR. El miércoles 8 de mayo de 2024, el Congreso Nacional rindió homenaje a uno de los hombres más buenos que hay en Honduras: Emec Cherenfant. Un hombre que, por muchos años, ha puesto la cirugía plástica y reconstructiva al alcance de los más pobres. Son numerosos los pacientes que han llegado a la clínica del doctor Cherenfant con un tumor supuestamente inoperable, con una cicatriz deformante, con un lunar gigantesco, con una hernia dolorosa, con un abdomen enorme e incapacitante... Y todos tenían algo en común: su pobreza. Jamás podrían pagar los honorarios de un cirujano Plástico y Reconstructivo. Pero ahí estaba Emec Cherenfant, dispuesto a ayudar sin cobrar un solo centavo, con el único deseo de cambiarles la vida a sus pacientes. Fue por eso que el Cardenal Óscar Andrés Rodríguez dijo: “Emec Cherenfant es un hombre profundamente bueno. Emec Cherenfant es el apóstol de la solidaridad en Honduras”. Y el Congreso Nacional ha reconocido la bondad con la que el doctor sirve a sus pacientes más desfavorecidos. Gracias a Dios por el doctor Cherenfant. Gracias a Luis Redondo por este homenaje hecho a un hombre profundamente bueno.