Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: En carne propia

Solo el tonto, el estúpido y el soberbio están seguros que se pueden burlar de la Ley
03.03.2024

EN CARNE PROPIA.

Es bien sabido que nadie puede alegar ignorancia de la Ley, y que nadie está por encima de la Ley. Pero, más grave todavía, es el hecho que nadie puede burlarse impunemente de la Ley. Y cuando alguien viola la Ley, por cualquier motivo, incluyendo el exceso de confianza, o restarle importancia a la decisión de un juez, la misma Ley lo confronta y lo pone frente a una realidad que no se puede rebatir. Y allí es donde comienzan el lloro y el crujir de dientes. Y esto se prueba en carne propia. Cometer el delito de desobediencia es también cometer un delito, es violar la Ley, y para cada delito existe un castigo. Y, por muy lejos que esto esté en el tiempo, el brazo largo de la Ley es largo, y da a cada quien conforme a sus merecimientos.

Aparte de esto, se aprende que, en una sociedad, en un Estado de derecho, no hay poder más grande que la Ley, y que ese poder está permanentemente sobre los ciudadanos, sin excepción alguna, para mantener el orden, la armonía y la paz social. También se entiende que, en una sociedad libre, el mayor poder que existe es el de los jueces, y allí se confirma lo que se ha dicho siempre: “Después del juez, solo Dios”. Y todavía se aprende algo más: El gran poeta Roberto Sosa estaba equivocado cuando dijo que “la Casa de la Justicia de mi país es un nido de encantadores de serpientes”, y lo contradigo porque “en la Casa de la Justicia de mi país” hay jueces probos, honestos, dignos de llevar sobre sus hombros la sagrada misión de impartir justicia. Jueces que son seres humanos en la gran extensión del término, con virtudes y defectos como todos, por supuesto, pero que sirven a la Justicia con imparcialidad, con sabiduría, con humildad, con verdadero humanismo, y con misericordia, sin apartarse de la Ley en ningún momento.

Nelly Martínez, jueza de Letras, una mujer excepcional, noble y buena; Plinio Leonel Consuegra, sabio y justo, lleno de virtudes, tal y como es el significado de su nombre en latín: Plinius, o sea, “el que tiene muchas virtudes”. Y su secretario Eduardo Ávila, responsable, empático y diligente... Y el juez Denis... Todos y todas hacen de la Casa de la Justicia de mi país un templo donde se da a cada quien según sus merecimientos. Ellos son dignos de ser imitados, y deben ser un ejemplo para quienes llevan en el pecho el deseo de formar parte de la gran familia de jueces y juezas, como Nelly Martínez y Plinio Consuegra, a fin de engrandecer la aplicación de la justicia en Honduras, para bien de las actuales y futuras generaciones.

ADEMÁS: Selección de Grandes Crímenes: El peso de la culpa

Deseo que Dios bendiga a la jueza Nelly; deseo que Dios bendiga al juez Plinio. Porque la aplicación de la justicia debe estar en manos de los mejores hombres y mujeres que, siendo jueces, aplican la Ley y sirven dignamente a su país y a Dios. Y, por supuesto, no he de olvidar al gran amigo, el abogado Raúl Rolando Suazo Barillas, un abogado defensor de lujo, siempre bueno, siempre fiel. Y al doctor Emec Cherenfant, semper bonus et fidelis, cuyo apoyo fue incondicional. Y para la fiscal Tania, gracias por su empatía, por su profesionalismo, por su sabiduría. Y gracias a su santa madre, que fue una fiel lectora de esta sección de diario EL HERALDO, y que ahora descansa cerca de Dios.

REALIDAD

¿De qué serviría esta sección de diario EL HERALDO si no forma conciencia en los lectores y lectoras acerca del deber que todos tenemos de respetar la Ley? Cada caso va más allá del hecho criminal en sí; es una muestra de que el Delito, así, en mayúscula, no paga; que el Crimen, tarde o temprano, será castigado, y que nadie está por encima de la Ley. Absolutamente nadie. Por eso, cada uno de estos casos es un llamado para que todos, sin excepción, pensemos bien las cosas antes de hacerlas, porque cada decisión que tomamos tiene repercusiones positivas y negativas, y cuando van en contra de la Ley, lo negativo se levanta contra nosotros hasta hacernos pagar nuestros errores, sencillamente, porque de este mundo nadie se va sin pagar lo malo que hace. Porque, como dijo el comisionado Romero: “Los malos siempre caen. Tarde o temprano, pero siempre caen”. Y los jueces los están esperando para darles de acuerdo a sus merecimientos. Y, como dijo el privado de libertad que me escribió una extensa carta desde la penitenciaría de varones de Támara, relatada en el caso “El peso de la culpa”: “La cárcel es un infierno. Es el peor lugar en el que un hombre puede caer. Aquí se está como muerto en vida, solo, con miedo constante de ser robado, golpeado, violado o asesinado. Y toda esta angustia y desesperación son la mejor muestra de que el Delito no paga; que nadie se salva del mal que hizo, y que nada es peor que vivir entre rejas”.

Al narrar este caso, “En carne propia”, pretendo que los lectores tomen conciencia acerca de que lo malo siempre traerá consecuencias horribles, que se han de sufrir en carne propia; y es que nadie se escapa del azote de la Ley. Además, deseo que este caso sirva para que muchos reflexionen, y para que, antes de tomar decisiones equivocadas, piensen en las consecuencias nefastas que esto tendrá para sí mismos y para sus familias, ya que, dejar la vida en una cárcel, es lo más absurdo que puede hacer alguien con cuatro dedos de frente, o sea, con algo de inteligencia. Porque, como han dicho muchos privados de libertad a los que he entrevistado: “Ante el juez se tiembla; ante el fiscal se llora; en la celda se sufre; entre los muros de la cárcel se está como muerto en vida, y es lo peor que le puede pasar a un ser humano”.

Por supuesto, en las cárceles hay hombres insensibles; seres para quienes la condena no significa nada. Se adaptan a vivir entre los muros, igual que se adapta la fiera a vivir enjaulada. Sus instintos criminales, lejos de disminuir, aumentan, se magnifican y, muchos, los demuestran intimidando y abusando de los más débiles; otros, avanzando en sus carreras criminales, dando órdenes desde la prisión. Órdenes que, en muchas ocasiones, incluyen asesinatos.

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“Así se vive entre rejas -me dijo otro privado de libertad-. Se comen frijoles, arroz y tortillas en la mañana, a mediodía y en la tarde. El que tiene algo de dinero, come mejor, y hasta se puede decir que vive mejor, porque duerme en un colchón, y tiene algunas comodidades. Pero, la mayoría sobrevive sin esperanza, viendo que cada día es como una eternidad, y que la condena no se reduce conforme pasa el tiempo. Aparte de esto, la soledad cae sobre muchos como parte de la misma condena. Hay quienes perdieron familia y hogar; la esposa no volvió, la madre murió lejos, sin volver a ver al hijo amado, los hermanos siguen con sus propias vidas, los hijos crecen a la mano de Dios, y las hijas son madres en la adolescencia. Este es el resultado de dejarse llevar por la ira, por la avaricia, por el machismo irracional...”

CONSECUENCIAS

“A mi hija la violó el padrastro -me dijo un hombre avejentado, privado de libertad, y al que entrevisté hace unos meses-; yo me dediqué a lo ilegal, y me agarró la Policía. Me condenaron a veinte años de cárcel. Mi mujer se cansó de venir a verme; tenía que trabajar para poder mantener a los tres hijos que tenemos, y, un día, ya no volvió. Después supe que se metió con otro hombre. Y este miserable violó a mi hija de quince años, y la preñó... Claro que yo no me iba a quedar de brazos cruzados, y la mujer, sabiendo que me vengaría, llevó a mi muchachita a que le hicieran un aborto, allí por el mercado San Isidro... Todo salió mal, y mi niña murió en el Materno Infantil... Y ahora, ya nada se puede reparar. Y es que la culpa de todo esto la tengo yo... Yo fui el que decidió hacer cosas ilegales, y cuando me agarraron, condené a mi familia a la destrucción. Mi esposa está presa en la cárcel de mujeres, por lo del aborto de mi hija, y del hombre no se sabe nada. Mis dos hijos, los que me quedan, se fueron a vivir a Olancho, a San Esteban, con mis padres; pero ellos ya están maduros, y no van a poder controlar a dos adolescentes... Aquí estoy pagando los delitos que cometí; mis hijos, mi mujer, y mi niña, pagaron las consecuencias de mis malas decisiones... Me arrepiento, por supuesto; pero, ¿de qué me sirve? Voy a salir de aquí con un bordón, si es que salgo... Y a nada voy a ir a la calle... Todo se terminó para mí... Todo lo destruí por dedicarme al delito... Hasta a mis hijos les destruí la vida...”

CONCLUSIÓN

¿Cuántas vidas perdidas hay en las cárceles de Honduras? ¿Cuántos hombres y mujeres decidieron dedicarse al delito y no pensaron en las consecuencias? ¿Cuántos hogares destruidos se pueden contar en Honduras a causa de la condena de un padre o una madre criminal? ¿Qué futuro les espera a los hijos? ¿Por qué desperdiciar la vida en la cárcel? ¿Por qué hay quienes se creen intocables y lejos del alcance de la Ley? ¿Por qué hombres y mujeres inteligentes siguen cometiendo delitos, sabiendo que, tarde o temprano, serán detenidos?

“En la cárcel se sufre. En la cárcel se llora. Aquí se está como en un verdadero infierno. El que cae aquí, lo pierde todo: familia, amigos, propiedades, honor, esperanzas, y hasta la misma vida”.

Que estas palabras sirvan de ejemplo para el que sigue en las calles delinquiendo. Para el que cree que la Ley no lo alcanzará jamás. Un delito es un delito, por muy pequeño o insignificante que parezca. El delito de desobediencia se paga, y en la Casa de Justicia de mi país, se hizo justicia, de la mano de la noble y buena jueza Nelly Martínez y del justo juez Plinio Consuegra. La Ley no se viola impunemente. Es una verdad que se aprende por las buenas, o por acción de la Justicia. “Y en la cárcel se vive como en un infierno...”.