Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: Por el camino de la muerte

“La violencia contra las mujeres y los feminicidios son una pandemia que también hay que combatir”, Migdonia Ayestas
14.01.2024

REALIDAD. ¿Cuántas mujeres murieron violentamente en Honduras en el año 2023? ¿Cuántas fueron asesinadas en los últimos diez años? ¿Por qué siguen muriendo de esta forma mujeres de todas las edades? ¿Es que Honduras se ha convertido en un país imposible para la vida de las mujeres? ¿Qué causas siniestras provocan este tipo de crímenes? ¿Es el machismo desenfrenado una de estas causas letales? ¿Es la participación de más y más mujeres en actividades criminales?

Por desgracia, en Honduras la Violencia, así, con mayúscula, se ha convertido en un monstruo que nadie puede detener. Y no se trata de enfrentarla con policías, con leyes o con militares. La Violencia ha echado raíces en el corazón humano desde el inicio de los tiempos, y se manifiesta en el deseo de destruir al otro sin mostrar piedad. Es la maldad en su presentación más oscura.

Y la Historia está llena de casos en los que la crueldad del hombre contra el hombre se ha ido refinando con el tiempo; casos tan numerosos como las estrellas de la Vía Láctea. Por eso, no podemos culpar a la Policía por no poder evitar los crímenes que suceden en Honduras.

El mal palpita en el corazón del hombre, y contra esto la Policía no puede hacer nada. Ni siquiera poniéndole un policía a cada ciudadano. Lo bueno y lo malo se aprende en la casa, cuando los padres forman a sus hijos. Y bien dice el refrán: “Árbol que crece torcido, nunca su tronco endereza”.

Entonces, ¿qué se puede hacer? ¿Crear leyes más severas? ¿Contratar un millón de policías? ¿Darles poderes de uso letal de la fuerza a quienes luchan contra los criminales? ¿Crear más cárceles? ¿Hacer campañas para que el hondureño sepa que si elige el camino del crimen lo que le espera es la cárcel o la muerte?

¡Siempre tendremos criminales entre nosotros!

Un día, allá por 2012, mientras hacía campaña política, un grupo de hombres, líderes de varias comunidades del norte de Honduras, le pidieron a Juan Orlando Hernández que les ayudara a poner una carpintería para hacer ataúdes, porque lo que más se necesitaba en esa zona eran, precisamente, ataúdes, ya que todos los días mataban gente.

Hoy, son muchos los ataúdes que salen rumbo al cementerio, en medio de las lágrimas y la desesperación de los dolientes. Y es que el crimen no respeta a nadie. Lamentablemente, muchas de estas muertes tienen sus causas en las decisiones de las víctimas. Muchas eligieron el camino del mal, y es bien sabido que el que mal anda, mal acaba. ¿Por qué tiene que ser así? ¿Cómo hacerle entender a la gente que lo que siembra eso ha de cosechar? ¿Cómo hacerle entender que el delito no paga? ¿Cómo hacerle entender que, si hacemos lo malo, las consecuencias serán funestas?

“Yo le decía que no se metiera con ese hombre” -decía doña Tila, llorando frente al ataúd de su nieta, de apenas diecisiete años, a la que encontraron después de tres días de haber desaparecido del colegio donde estudiaba. Los asesinos dejaron su cuerpo desnudo en una zanja llena de lodo. La torturaron antes de matarla. Con un objeto pesado le quebraron los dedos de las manos, le quebraron los dientes de adelante, con un cuchillo le sacaron los ojos y le abrieron el vientre, y le aplastaron los senos con una piedra; y, como si fuera poco, la estrangularon.

“Era una niña -decía la abuela-, y me la mataron... Yo no sabía que estaba embarazada, hasta que el doctor de la morgue me lo dijo...”.

“¿Tiene idea de quién pudo matar a su nieta? -le preguntó un agente de investigación de la DPI.

La señora desvió la mirada, se limpió las lágrimas con un pañuelo, y respondió:

“Si les digo, ¿qué van a hacer ustedes?”.

“Vamos a investigar, señora... Es nuestro trabajo. Además, la muerte de su nieta no pude quedar sin castigo. Si usted sabe algo, o si sospecha de alguien, dígalo, y nosotros vamos a investigar...”.

“Tengo miedo”.

“Es normal”.

La señora se quedó en silencio por largos segundos. Solo se escuchaba el rumor de las rezadoras que, vestidas de negro, y con chalinas sobre la cabeza, elevaban al cielo sus letanías.

“Santa María, Madre de Dios...”.

“Ruega por ella”.

Al final, la señora dijo:

“Miren, señores, mi hijo, que es el papá de la niña, no quiere que la policía se meta en esto... Él va a hacer justicia por su propia mano”.

“Eso no es correcto, señora... Además, su hijo cometería un delito, y terminaría en la cárcel... La venganza solo le traería más problemas”.

“Mire, señor... mi hijo ya no tiene nada qué perder... Anduvo en malos pasos, y no va a salir vivo de la cárcel... Deje que él le haga justicia a la niña...”.

La señora se dejó caer en un sillón, las lágrimas rodaban por sus mejillas, pálidas y secas, y no dijo nada más. El agente de la DPI insistió:

“¿Quién es el hombre que embarazó a su nieta?”

“Cualquiera se los puede decir... Yo ya no voy a abrir mi boca... Pero, no fue él, el que la mató...”

“¿Entonces?”.

La boca de la mujer se selló como una tumba. Alrededor olía a flores y a espelma de candelas. Los agentes entendieron que nada hacían allí.

Preguntas

¿Por qué murió aquella niña? ¿Qué motivos tuvo su asesino para quitarle la vida? ¿Por qué la torturaron de aquella forma tan cruel? Aunque sabemos que todos moriremos, ¿merecía la niña ese tipo de muerte? ¿Fueron sus propias decisiones las que la llevaron a la tumba?

“El forense dice que estaba embarazada -dijeron, entre sí los agentes-, y eso pudo ser la causa de que le abrieran el vientre con el cuchillo... Una forma de destruir el producto de una traición... Y las causas principales no son más que los celos...”.

“Y ese tipo de celos solamente pueden darse en una mujer despechada y furiosa”.

“La esposa del novio de la víctima”.

“Así es”.

“Y sabemos quién es el novio”.

“Pero, es mejor no hablar con él todavía. La mujer podría sospechar algo, y escaparse... Esperemos a que entierren a la niña, y pongamos a alguien a vigilar la casa del novio”.

“Creo que es mejor que le informemos al fiscal lo que tenemos, y que él decida caerle a la casa... Si perdemos tiempo, se nos puede enfriar el caso, y ya que tenemos estas sospechas, pues, hay que caerle a la mujer, antes de que el papá de la víctima se encargue de ella”.

“¿Estamos seguros de que la asesina es la esposa del novio?”.

“Por el tipo de crimen, estamos claros de que lo cometió alguien que odiaba a la muchacha, y que estaba furiosa con ella; además, abrirle el vientre con un cuchillo es suficiente muestra de que sabía que estaba esperando un hijo de su propio marido, y eso no lo iba a tolerar. Por eso le aplastó los senos, le sacó los ojos, para que no vuelva a ver hombres ajenos, y le mató el niño... o el feto, mejor dicho... Y tenemos las palabras de la abuela, que dijo que no fue el hombre el que mató a su nieta...”.

“Yo opino que hablemos con él antes de caerle a la esposa”.

“¿Para qué? Mejor hablemos con el fiscal, y allanemos la casa... Algo vamos a encontrar, porque el crimen no lo cometió una persona sola; tuvo que buscar la ayuda de alguien, tal vez dos hombres, para que raptaran a la muchacha, y la llevaran al lugar donde la torturaron y asesinaron...”

“Bueno”.

Motivos

Esa misma tarde, después del entierro de la muchacha, un grupo de policías llegó a la casa del novio. Estaba solo con sus hijos, dos niños pequeños.

“Los estaba esperando” -les dijo a los policías.

“Buscamos a su esposa”.

“Lo sé; pero, ella no está... Y no sé dónde pueden hallarla”.

“Tenemos una orden de cateo”.

“Está bien... Pueden hacer lo que quieran, pero mi esposa se fue de la casa y de la ciudad... Se llevó algo de ropa y todo el dinero que teníamos guardado”.

“¿Sabe usted que ella es la principal sospechosa de la muerte de su... amante?”

“Sí; lo sé bien...”.

“¿Sabe a dónde pudo haber ido su esposa?”

“No sé, siempre me dijo que se iba a ir de mojada para Estados Unidos...”.

“¿Desde qué hora no sabe nada de ella?”

“Desde esta mañana, cuando me fui al trabajo... Llamé a la casa, y mi mamá me dijo que ella se había ido, como apurada... Yo me vine para estar con mis hijos, y por si ella regresaba... Pero, yo ya sabía que Domitila, la muchacha, tenía tres días de haber desaparecido; y supe que ayer la encontraron muerta en una zanja, en las afueras... Mi esposa estuvo inquieta toda la noche, y hoy se fue...”.

“Tiene que acompañarnos, señor...”.

“Está bien”.

Nota final

En un operativo de la Policía, en La Ceibita, los agentes encontraron a la mujer en un bus que iba hacia Ocotepeque. No se resistió al arresto. Cuando los agentes la entrevistaron, dijo: “Esa zorra se lo buscó, por meterse con hombres ajenos. Y no maté a esa basura de mi marido para que mis hijos no se queden huérfanos”.

¿Por qué mueren tantas mujeres en Honduras? ¿Son las víctimas las causantes de su propia desgracia?